viernes, 25 de noviembre de 2016



                          LAS PATATAS CON HONGOS



Presentamos otro plato de los muchos de la gastronomía local que se basan en el aprovechamiento de los productos naturales de temporada.


Los hongos han completado la dieta de otoño desde siempre. Este otoño no ha sido propicio para los buscadores. El tiempo ha venido muy seco y ahora que el suelo está más húmedo llegan las primeras heladas. Pero lo cierto es que en años propicios se recolectaban hongos en grandes cantidades. Esta tierra es generosa y produce numerosas especies de setas comestibles, desde el llamado hongo, níscalo, pasando por los hongos de muladar, que no son otra cosa que champiñones silvestres, las setas de cardo, las setas de chopo…

La gente traía antaño de por los montes locales cestas de hongos que se consumían de muchas formas, desde la más inmediata, asados en las ascuas, hasta guisos de cierto refinamiento, aunque es verdad que, en general, la cocina del pueblo es cocina de batalla, es decir, cocina práctica y sencilla.


Los hongos, como digo, se limpiaban convenientemente y se ponía, recién traídos, sobre las brasas, con una pizca de sal y un generoso chorro de aceite. Hay pocos manjares tan sabrosos y con una personalidad tan marcada. Pero las aplicaciones de los hongos a la cocina local eran múltiples: se cocinaban con arroz, simplemente fritos, con las gachas tradicionales, con huevo…

En esta ocasión presentamos uno de los guisos más emblemáticos elaborado a base de hongos, las patatas con hongos. Las variantes son innumerables y el lector puede optar por cualquiera de ellas. Nosotros elegimos una de las más sencillas, pero no por eso menos deliciosa.






INGREDIENTES

- hongos
- patatas
- cebolla
- pimentón dulce
- aceite de oliva
- sal, pimienta
- caldo o agua



PREPARACIÓN

- Se limpian bien los hongos. Se recomienda lavar si han sido recogidos en terreno arenoso y limpiar cuidadosamente con un paño húmedo si llegan a la cocina con poca suciedad. Se trocean al gusto. Con ¼ de k comen hasta cuatro personas.

- Se pelan una o dos patatas por comensal y se trocean en rodajas de 1 cm aproximadamente.

- Se pela la cebolla y se pica. La cebolla es opcional.

- En una olla se prepara un caldo de verduras o de carne.

- Se pone el aceite en una sartén, se ponen los hongos troceados y se sofríen.

- Antes de terminar el sofrito, se añade la cebolla hasta que se sofría ligeramente con los hongos.

- Se añade una cucharadita colmada de pimentón dulce y, tras una vuelta, se añaden las patatas. Integrar todo bien.

- Se cubre todo con el caldo o, en su ausencia, con agua. Salpimentar al gusto.

- Al romper a hervir, bajar el fuego y dejar cocer las patatas lentamente hasta conseguir un caldo espeso.

- Servir caliente.



VARIANTES. Puede realizarse el guiso sin la cebolla. También es posible añadir numerosos ingredientes, como, ajo, pimiento, tomate, un poco de vino... Los hongos maridan con casi cualquier cosa.







viernes, 18 de noviembre de 2016




            LA CONSTRUCCIÓN DE LA TORRE DE LA IGLESIA 




En nuestros días, a inicios del siglo XXI, siguen sorprendiendo las dimensiones de la iglesia de Las Cuevas de Velasco. Podemos imaginar el impacto que provocaría la alzada tanto de la nave de la iglesia como de su torre en los viajeros que llegaban hasta este lugar en el siglo XVI. 

Cuando a finales de dicho siglo Las Cuevas de Cañatazor superaba los 700 habitantes se hizo preciso construir una nueva iglesia. La anterior, románica, sería un pequeño templo muy semejante al que aún hoy podemos ver en Caracena del Valle, muy próximo a la carretera Huete-Cuenca. 

Seguramente sobre el emplazamiento de la antigua, tomando algo más de espacio, se dispuso un basamento sólido sobre el que levantar una mole de tal peso. 

En torno a la iglesia se conocen numerosos datos, pero también hay leyendas que le proporcionan ese aliento mítico que transmiten estas historias siempre a caballo entre lo real y lo imaginario. 



Desde siempre se habló de las bóvedas que se supone que existen bajo el basamento sobre el cual se asienta el templo. ¿Una cripta posiblemente? Lo que sí es seguro es que la nave de la iglesia se usó como enterramiento, como sucedió en el pasado en la mayoría de los templos. Pero se habla de bóvedas, techos con arcos que albergan una nave baja en el subsuelo de la iglesia. De ser así, lo más probable es que dicho habitáculo se encuentre bajo el presbiterio. De hecho cuando se construyeron las aceras que circundan los muros del templo apareció un nicho profundo en el extremo este de la nave, justo a la altura del altar mayor, por fuera del edificio. 

En otras iglesias en las que se han encontrado criptas éstas suelen tener una función de cementerio para dignatarios eclesiásticos o grandes benefactores del templo. ¿O dicha bóveda tuvo otras funciones? ¿Es posible que se tratase de alguna dependencia de la primitiva iglesia románica soterrada al construir la actual? No disponemos de datos para poder formular una hipótesis. Quizás el día que se emprenda la reparación del suelo de la iglesia, muy deteriorado en la actualidad, tengamos la ocasión de saber algo más. 



El templo lo levantó Francisco del Campo, maestro cantero cántabro perteneciente a una saga de constructores de iglesias, catedrales, conventos colegiatas, ermitas y obras civiles, algunos de cuyos miembros trabajaron en la provincia de Cuenca. Hay obras de esta familia en Huete, en la catedral de Cuenca, en El Provencio… 

La torre resulta sorprendente y destaca sobremanera en medio de las humildes viviendas de alzada modestísima. 

La leyenda dice que esta atalaya eminente iba a ser todavía más alta, quizá pensando en la doble función de campanario y de torreón vigía. 

Aún se encontraba revestida de andamiajes, poleas y cuerdas. La actividad era febril. Faltaba un año largo para el final de la obra. Se afanaban los canteros tallando cada pieza con sumo cuidado, los acemileros arreando a las bestias para elevar los pesados sillares hasta más de 30 metros de altura mediante garruchas chirriantes. Se oían las voces de los obreros dirigiendo las maniobras de colocación de las piezas de piedra, voces en una jerga propia del gremio de canteros de Ribamontán. Llegaban los carros, lentos, con mil estridencias de los ejes, cargados de enormes bloques de piedra arenisca procedentes de la cantera. Los curiosos observaban cada maniobra de la construcción con suma atención. 



Los dos primeros cuerpos de la torre ya estaban terminados. En el tercer cuerpo se abrían los ocho ventanos que , a parte de permitir volar a los cuatro puntos cardinales el tañido de las campanas lograban dar a la torre un aire más ligero y esbelto. En los vanos aún se conservaba el armazón de madera destinado a sujetar inicialmente los sillares hasta la colocación de la clave. 

La cuadrilla de albañiles había logrado colocar seis hileras de sillares por encima de los ventanones. Todo andaba según lo previsto. Se trabajaba a gran altura, pero los obreros, acostumbrados a esa labor aérea, se movían con absoluta destreza por el maderamen de los andamios. Hasta que, de pronto, un grito escalofriante rasgó el aire, seguido de inmediato por múltiples lamentos y expresiones de horror; un hombre había caído desde lo más alto de la torre en construcción. El impacto contra el suelo fue mortal de necesidad. Nada pudo hacerse por salvar la vida de aquel infortunado. Una gran consternación invadió los ánimos de todos los que trabajaban en el proyecto. La noticia se difundió por el pueblo en unos instantes, y se extendió por los campos próximos como una negra sombra. Todos los habitantes de Las Cuevas de Cañatazor acudieron abatidos al lugar del accidente. 



El hombre fallecido era un joven apuesto, quizás algo temerario, al que su sino le tenía señalado ese final trágico. El cantero que acababa de perder la vida en un fatal accidente era el hijo del Maestro, el hijo de Francisco del Campo. La inesperada muerte del joven lo sumió en una honda pena. Lloró amargamente la pérdida del hijo en quien hacía años que depositaba todo su saber con la idea de que prosiguiera la saga familiar de constructores de iglesias. Le partía el alma tener que volver a su tierra, ante su gente, llevando al hijo muerto. 

Se interrumpieron las obras por unas semanas, tras las cuales, se dice que Francisco del Campo, optó por concluir la torre haciendo el remate final en aquel punto donde se había producido el accidente. 

Una vez terminada, la torre alcanzó los 33 metros de altura, y sin embargo se dice que debería haber llegado más alto. ¿Quizás hasta los 40 metros? No lo sabemos. Tanto la nave del templo como la torre levantada a su pies conformaron en su tiempo un monumento grandioso, seguramente entre los más colosales de la diócesis. 


En cuanto al suceso, que se produjese un accidente mortal en una obra en la que acechaban múltiples riesgos y que podía durar años no debió ser algo excesivamente extraordinario.


lunes, 14 de noviembre de 2016

                         EL DÍA DE LAS CALAVERAS 



Hoy día, muchos niños y también adultos, tienen la idea de que la fiesta de Todos los Santos o de Los difuntos, con esto de las calabazas, es un invento americano. Y no es así, sino que se trata de una tradición europea muy antigua. En nuestro pueblo ya hacían calabazas nuestros tatarabuelos y la costumbre apenas se ha interrumpido, ni siquiera en los peores años de la emigración. 

Es cierto que la cultura americana, con la fuerza enorme de un potente medio de propagación, como es el cine, ha logrado imponer también en nuestros pueblos los disfraces y esas frases que dicen los niños. 



Aquí, la tradición antigua del pueblo consistía en hacer las calaveras. Los abuelos ayudaban a los nietos y no había huerto en el pueblo o calabazar que no guardase alguna pieza para estas fechas. Lo suyo era que algún mayor cortase lo que iba a ser la tapadera de la calabaza, y luego el resto había que ir vaciándolo con una cuchara vieja, bien gastada. El paso de calar los ojos, la nariz y la boca con los horripilantes dientes tenía su intríngulis, y también debían echar una mano los viejos para esta tarea. 

La calabaza bien hecha debía quedar con poca pulpa, prácticamente en la piel, pues de esta manera se transparentaba mejor y el ingenio surtía más espanto. En el interior se ponía un velote de cera virgen, que duraba lo suyo. 



Luego se juntaban los niños, cada uno con su calavera, y se iba por el pueblo asustando a diestro y siniestro. Y después de una tarde-noche tremebunda, muchas veces se colocaban las calaveras en algún lugar y se dejaban allí hasta el día siguiente. El muro que rodea el atrio, la plaza, el juego pelota e incluso en los ventanones de la torre hemos visto calaveras. 

Asociados al día de Todos los Santos había en el pueblo también una peculiar tradición culinaria que consistía en hacer puches, plato de husmos, elaborado con harina, aceite, leche y azúcar. 

El pasado día 29 de octubre se celebró en el pueblo la fiesta de Halloween, antigua celebración de la víspera de los Difuntos, hoy impregnada por las costumbre importadas desde el otro lado del océano. 



Hacia media tarde comenzaron a llegar a las antiguas escuelas niños y muchos mayores con sus disfraces. De aquí salía un diablo; de allá, un esqueleto; del otro lado, un extraño ser terrorífico; de no sabe dónde surgía un drácula o un asesino o un médico loco… 

El local social había sido previamente decorado con los artefactos que evocan el submundo del miedo, del espanto y de la muerte: telarañas, esqueletos, calaveras… Una música siniestra, tenebrosa y cadenciosa inundaba el salón de inquietud, zozobra y suspense. 



Un par de brujas gobernaban un enorme perol en el cual se preparaba la sabrosa pócima del chocolate. Y cuando estuvo listo, todo el personal, disfrazados y no disfrazados, tuvieron ocasión de degustarlo acompañado de magdalenas y bizcocho. 



La fiesta estuvo muy concurrida y muy animada con posterior continuación hasta altas horas.

sábado, 5 de noviembre de 2016





                                         CONCURSO DE TAPAS EN CUEVAS 



El pasado sábado, 29 de octubre, tuvo lugar en Cuevas de Velasco un interesante Concurso de Tapas. El acontecimiento comenzó a tomar forma el verano pasado cuando Antonio Gascueña sugirió la idea que fue acogida con gran entusiasmo. 

De las iniciativas que se llevan a cabo de un tiempo a esta parte con el fin de animar y dinamizar la vida del pueblo, no hay ninguna que resulte fácil de cristalizar y mucho menos de consolidarse. Todo depende del esfuerzo y de la implicación de los vecinos. En este caso nos consta que se ha trabajado bien y sobre todo con entusiasmo. 



Unas quince personas del pueblo elaboraron sus tapas, llenas de imaginación, rebosando calidad y sin nada que envidiar a las que pueden degustarse en cualquier gran acontecimiento culinario de esta índole. Cada uno de estos participantes creó una tapa de la que montó unas 50 unidades, o algo más, es decir, que en total se ofrecieron unas 800 tapas, algunas de las cuales se reservaron para participantes y jurado. 



La idea inicial era que el jurado lo formasen los propios concursantes, pero finalmente se optó por nombrar un sanedrín cibario compuesto por tres personas, quienes, como expertos catadores, se esforzaron por dilucidar cuál de las exquisiteces que se ofrecían a su vista y a su paladar merecía sus elogios en grado sumo. 



La muestra tuvo lugar en el salón de las antiguas escuelas, que se quedó pequeño para albergar a cientos de personas que acudieron al reclamo del buen yantar. También el acicate del precio, 0,50 cénts la tapa y 1€ la bebida, constituyó, sin duda un aliciente más para acercarse al pueblo durante el puente de Los Santos. 



Las tapas habían sido primorosamente elaboradas y presentadas con elegancia. Los nombres creados para estos deliciosos bocados resultaron llamativos y curiosos: Vida y luz (crema de remolacha y puerro con mousse de queso y lluvia de pistachos); cama de tartarara con delicias de la huerta y saladito del mar; bocadito de huevo sobre gocho tumbao en cama de mostaza con néctar de abeja; Sospiro di Italia; Mar y tierra (mejillones con salsa de ostras sobre cama de champiñón y patata con mahonesa de escabeche y mahonesa de cilantro; Crujiente de Cañatazor (carrillada de cerdo al vino tinto)… y un largo etcétera. 




El jurado declaró ganadores honoríficos, pues el galardón era, más que nada, simbólico, a Mari Cruz López, Laura y Miriam Collado. Aunque, en honor a la verdad, había en las antiguas escuelas alta cocina a raudales y cualquiera de ellos hubiera merecido la distinción. 



Estos eventos permiten el reencuentro de la gente dispersa, que con el pretexto de tal feria o tal fiesta, vuelve a su pueblo. Se anima el lugar, aunque sea por unos días y se le da un soplo de vida a nuestro viejo pueblo. 

Es importante que todos sepamos reconocer y agradecer el esfuerzo de todas las personas, participantes y organizadores, y que colaboremos con ellos para conservar estos actos. 



Antonio, promotor de la idea, asegura que tienen la intención de repetir esta experiencia el verano próximo y que aspiran ya a una feria de carácter regional o incluso provincial.