domingo, 29 de noviembre de 2015



                                                            LA GOLONDRINA


Golondrina en vuelo



Traemos hasta estas páginas del blog de Las Cuevas de Velasco una historia curiosa a la que es posible que le falte la épica de una leyenda pero que posee otros valores que mueven al respeto a la naturaleza y, más concretamente, hacia los animales.

Las golondrinas, como es sabido, son aves migratorias. Acuden a nuestros pueblos durante el mes de marzo o a primeros de abril. Anidan en nuestras casas. Construyen con ímprobos esfuerzos sus curiosos nidos mostrando unas habilidades sorprendentes. Sacan su nidada adelante y a finales de agosto emprenden el viaje de regreso hacia los lugares donde pasan la invernada.

Las golondrinas siempre han gozado de un respeto excepcional por parte de las personas. Ya siendo niños nos aleccionaban sobre el trato preferencial y profundamente respetuoso que merecen estas aves. Nos aseguraban, el maestro en la escuela y el sacerdote en la iglesia, que estos pájaros son animales sagrados pues una antiquísima tradición asegura que las golondrinas fueron las aves que quitaron las espinas a Cristo en la cruz. Y que al hacerlo salpicaba la venerable sangre sobre el pecho de estos paseriformes. Una conocida seguidilla dice así:


En el Monte Calvario
las golondrinas
le quitaron a Cristo
las mil espinas.

Matar una golondrina es pecado”, nos advertían. Y la prohibición surtía un poderoso efecto, hasta el extremo de que entre los propios niños reprendíamos a quien amenazaba o molestaba a una golondrina.

Es indudable que también el hecho de tratarse de un pájaro tan próximo, pues anida en las cornisas de las casas, en los desvanes, en habitaciones con ventanas abiertas, en tinadas y sotechados, ha contribuido siempre a que la golondrina sea considerada como un pájaro doméstico. Y no hay que olvidar que se trata de un ave benefactora pues se alimenta de ingentes cantidades de molestos insectos.

Golondrinas 


A nuestro pueblo cada año llegan unas decenas de parejas de golondrinas por primavera. Al final de la época de crianza el número de individuos se triplica o cuadruplica. Es entonces cuando se colocan en los cables ordenaditas y entonan incansables sus melodías de gorjeos chisporroteantes y juguetones.

Lo realmente prodigioso de las golondrinas es su sentido de la orientación. Son capaces de volver desde miles de kilómetros de distancia exactamente al mismo lugar donde anidaron o nacieron el año anterior.

Se cuenta que en Las Cuevas de Velasco vivía un vecino que sentía gran cariño por las golondrinas. Al llegar la primavera cada año la tinada de su corral se llenaba de floreos y frases musicales festivas. Era la señal que indicaba que las golondrinas habían vuelto. El anfitrión recibía con alegría aquellos huéspedes que anunciaban la proximidad del buen tiempo. Disfrutaba contemplando su vuelo alocado plagado de audaces cabriolas, repentinas elevaciones y temerarias maniobras rasantes.

Por san José oteaba este hombre los cielos constantemente buscando en ellos la primera señal del regreso de las aves, hasta que vislumbraba en lo alto el oscuro perfil de oncete o percibía los chispeantes gorgoritos. Entonces abría la puerta de la tinada y retiraba la alambrera de una piquera para que las golondrinas pudieran acceder al cobertizo del corral. Y no acababan ahí las delicadezas con las que recibía a los pájaros, pues, además, solía clavar alguna escarpia en las vigas de la tenada con el fin de facilitar la sujeción del nido.

Todas estas atenciones eran bien recibidas por la pareja de golondrinas que aunque los primeros días, cuando realizaban la inspección del lugar para comprobar su idoneidad, andaban algo recelosas y emitían el tsuisui de alarma cada vez que veían aparecer al hombre, más adelante acababan familiarizándose con la presencia humana.

Son aves bellísimas de un vuelo ágil y acrobático



En unas semanas las aves iniciaban las tareas de recomposición del nido. También se rehacía el dormidero, próximo al nido. El dueño de la tinada observaba estas tareas cuando sus ocupaciones se lo permitían, y siempre despertaban en él una profunda admiración.

El hombre de las golondrinas fue desarrollando durante años ciertas dotes que lo convirtieron en un ornitólogo aficionado. Inspeccionaba el nido acabada la puesta y especialmente cuando nacían los golondrinos. Tomaba sus anotaciones acerca del tiempo de la incubación y del crecimiento de las crías, realizaba sus bosquejos y en todo esto ponía mucho esmero. Solo profesando un gran cariño hacia estas aves podía entenderse tal dedicación.

Con el tiempo llegó a predecir con acierto el día exacto de la llegada de las primeras golondrinas e igualmente pronosticaba con buen tino el día y la hora de la partida del grueso de la bandada.

Sin embargo, había algo que escapaba a sus capacidades de magnífico observador: el destino de las golondrinas cuando partían del pueblo. Leyó cuanto pudo, preguntó a entendidos e incluso a algún naturalista. Estaba claro que las golondrinas pasaban el invierno en el sur. Pero a él el sur, dicho así, le parecía demasiado vago e impreciso y decidió averiguar por su cuenta adonde hibernaban sus golondrinas.

Antes de que estuvieran tan difundidas las técnicas de anillado, un año el hombre de las golondrinas, ante la inminente partida de las aves, capturó de manera incruenta a la hembra que anidaba en su tinada y le colocó un mensaje en una pata. Un minúsculo saquito de tela sujeto a la extremidad del animal contenía el papel cuyo texto decía así:




Golondrina, golondrina,
¿Dónde pasas el invierno?


A pesar de que el amigo de los pájaros sabía bien que eran los mismos individuos los que regresaban al lugar del año anterior, pensaba que era tal el número de peligros, como las tormentas, los fuertes vientos, los depredadores, los accidentes…, que debían sortear en un viaje de miles de kilómetros que llevar el mensaje y volver al año siguiente sería ya una proeza. Cuánto más mérito tendría el volver con algún recado.

Pasó el invierno y todavía con la tierra medio adormecida, sólo los almendros en flor se empeñaban en señalar la llegada de la primavera.

Nido de golondrina en el cobertizo


Una tarde se vio en el cielo una sombrita negra y a la mañana siguiente comenzaron los floreos frente al cobertizo. El hombre abrió las puertas y retiró la red metálica de la piquera. Aún debió tener paciencia unos días hasta que las aves reconocieron el lugar, pero él había visto que la hembra del año anterior traía en su pata el saquito que le había colocado.

Después de capturar a la golondrina abrió la taleguilla en miniatura y halló el mismo papel que él había enviado, lo cual le causó cierta decepción. Lo desenrolló y observó con sorpresa que al texto que él había escrito alguien había añadido otro que rezaba así:


Aquí en las islas Canarias,
en la fragua de un herrero.

Golondrinas preparadas para partir. Cuevas de Velasco.




Para el hombre fue una gran alegría descubrir dónde pasaba su golondrina el resto del año. Luego se informó de que estas aves solo crían en verano, así que la pareja que anidaba en su tinada pasaba el invierno en las islas afortunadas.

Se cuenta esta historia desde hace mucho tiempo en Las Cuevas de Velasco. Nos parece llena de ternura y no exenta de ingenio.   

viernes, 27 de noviembre de 2015



             CAPRICHOS DE LA NATURALEZA
                    EN CUEVAS DE VELASCO

Valverde, haciendo honor a su nombre


El cráneo humano. Peñasco


Chimenea de las hadas


Posible ídolo 


Ventana al pueblo


Los amantes

Procesión de tortugas


Tortuga rezagada








martes, 24 de noviembre de 2015


                                             LEYENDA DEL CRISTO DEL TÍO COJO

Atardecer en Las Cuevas de Velasco



   Su alma era como el interior de esos troncos que al ser aserrados muestran su corazón limpísimo, compacto y exhalando embriagadores aromas balsámicos…

   Arrastraba con resignación  su cojera y la pesada carga de desprecios y humillaciones que gentes inhumanas habían  ido vertiendo sobre él. Y una vez atada la caballería, se postraba ante la ventanita de la puerta de la ermita. En unos instantes alcanzaba un recogimiento semejante al éxtasis. Mirándolo se diría que mantenía un beatífico diálogo interior con el Cristo del cual en ningún momento apartaba la mirada.

   Miraba el costado del crucificado, la sangre que brotaba  de él y su rostro sereno y misericordioso. Esa imagen le hacía reflexionar con una hondura que hubiera maravillado a un teólogo. Podría decirse que del mismo modo que hay personas con una sensibilidad especial para la música, otras con una habilidad sorprendente para la crianza de animales,  otras, para la escritura o para interpretar las leyes, el tío Cojo poseía un raro don para sumergir su espíritu en los misterios de la oración.

   Acabados sus rezos, se santiguaba y ponía una limosna en el cepillo que los ermitaños tenían dispuesto. Luego recogía su caballería y partía reconfortado y feliz. Y era en esos momentos cuando encontraba un gran consuelo para todo, incluso para su mal.

Santísimo Cristo de la Misericordia 

   El vendedor de aceite jamás pedía en sus súplicas al Cristo por él mismo  sino por los suyos, por sus hijos en primer lugar, por su esposa, por familiares y parientes, por vecinos y conocidos, por convecinos, por clientes y por otros muchos. Y así, no había por aquella comarca persona, por ajena que le resultase, que no se viese beneficiada en sus plegarias ante el Cristo, incluso quienes hacían mofa del “Cojo” o quienes lo miraban con absoluta indiferencia.

   Llegaba, de cuando en cuando, a Las Cuevas de Velasco procedente de La Ventosa, su pueblo, tierra rica en olivares y gran productora de aceite. Traía la carga en odres, a lomos de una mula que a fuer de añosa y  trabajada estaba cubierta de mataduras y de una pátina de polvo viejo de haber andado miles de leguas.

   En entrando al pueblo pregonaba su mercancía:

-      ¡El aceiteeeeeeero! ¡El aceiteeeeeeeeeeero!  ¡Aceiiiiiiiiiiite de La Ventosa! ¡El aceiteeeeeeeeeeero, oiiiiiga!

   Entonaba la cantinela de un modo tan personal que las clientas lo reconocían no por lo que decía, plagado de melismas y de sílabas elásticas, estiradas o contraídas a capricho, sino por el acento y por la entonación que daba a sus frases.

   Solía transportar buen género en los pellejos y no le faltaba clientela, si bien debía bregar con frecuencia con gentes necesitadas y que no tenían con qué pagar la mercancía. En estos casos el tío Cojo tenía por costumbre fiar al menos lo imprescindible y en el próximo viaje recordaba la deuda que casi siempre le era abonada.

   A las afueras de Las Cuevas de Velasco, camino de Villar del Maestre, pueblo en el cual el tío Cojo tenía su más importante clientela,  poco antes de llegar al paraje que llaman Las Cruces,  se alzaba la ermita del Humilladero. En su interior se veneraba un Cristo crucificado. Allí solía detenerse el tío Cojo, descansaba de sus giras comerciales y dedicaba una honda y sincera oración a la imagen que presidía el oratorio.

   Jamás dejó de detenerse al llegar a la ermita del Cristo del Humilladero. Ya hiciera frío glacial, ya nevase, ya cayese un sol de justicia, el tío Cojo, se postraba de hinojos ante la puerta de la ermita, dirigía su piadosa mirada al Cristo clavado en la cruz y elevaba sus preces, a su manera, de un modo sencillo pero lleno de sinceridad y nobleza. Luego depositaba una ofrenda en el cepillo y  proseguía su viaje.

   Cierto día, en nada distinto a tantos otros en que andaba por aquellos caminos, llegó ante la ermita, ató su mula, se dirigió hacia la puerta y a través del ventanuco  rezó y elevó sus súplicas como siempre.  Pero cuando iba a levantarse para reanudar su recorrido, un temblor incontrolable le recorrió el cuerpo; su pierna quebrada había sanado de repente. Presa de una gran emoción, el hombre volvió su mirada y se encontró con el rostro del crucificado de expresión dulce y apacible y comprendió lo sucedido. Dio las gracias y partió para La Ventosa loco de contento y sin acertar a explicarse cómo se había sucedido aquel prodigio.

   El Cristo del Humilladero se apiadó de este hombre bueno y sencillo, sin duda.

   Con el paso del tiempo, la vieja  ermita del Cristo del Humilladero, ya conocido por la gente de Las Cuevas como El Cristo del Tío Cojo,  amenazaba ruina. Entonces la imagen del milagro fue trasladada a la iglesia de Las Cuevas de Velasco y  allí permaneció muchos años, siendo objeto de  gran devoción por parte de los fieles.

   Ya en el siglo XX, una vez que estalló la guerra se temió por las imágenes que se guardaban en el templo parroquial, así que se establecieron prioridades. La gente del pueblo prefirió salvar a su patrón, El Cristo de la Misericordia, que fue ocultado fuera de la iglesia. La antigua y desgastada imagen del Cristo del Humilladero sirvió como señuelo y se colocó en el lugar del otro Cristo. Desgraciadamente los temores se cumplieron y muchas esculturas de santos, además de otros bienes de la iglesia,  fueron dañadas irreparablemente, entre ellas,  la del viejo Cristo del Humilladero, al cual se le atribuía la sanación del vendedor de aceites.


El Cristo del Tío Cojo


   Hoy el paso del tiempo ha borrado las huellas de la ermita del Cristo del Humilladero, pero aún persiste la leyenda en el recuerdo de la gente del pueblo.
  

    Y para recordarnos que en toda leyenda suele haber algo de cierto aún conservamos una valiosa reliquia de la imagen del Cristo del Humilladero, llamado Cristo del Tío Cojo. Sobre la ménsula del altar de San Isidro, entre el púlpito y el altar de la Virgen del Rosario, se encuentra la cabeza de aquella venerable imagen en la que se aprecia perfectamente el gesto sereno y la expresión compasiva de su rostro. 

sábado, 21 de noviembre de 2015

                   EL  HABLA  DE  LAS  CUEVAS  DE  VELASCO

  El castellano que se habla en Las Cuevas de Velasco carece de acentos marcados, líneas tonales  o dejes específicos. En estas latitudes no afectan los matices tan marcados que se dan en las zonas más meridionales de España. Tampoco  hay contacto con otras lenguas peninsulares. Así que la principal característica fonética es la ausencia de marcas dialectales claras y, eso sí, un marcado aire de ruralidad. En cierto modo podría decirse que se trata de un castellano en estado puro, aunque esto, claro está, es una apreciación relativa.
   Ofrecemos algunas de las palabras peculiares del habla local, muchas de las cuales no tienen cabida en el diccionario de la Real Academia y aún tienen vigencia en nuestro pueblo


 Ababol

1. f.  Amapola. 

¡Qué hermoso está  el campo plagado de ababoles!

El Diccionario de la Real Academia cita este término con el significado de amapola para Albacete, Murcia, Aragón y Navarra, pero no para Cuenca.
La palabra procede del mozárabe habapáura alteración del latín PAPĀVER
y con la influencia del árabe hábba ‘grano de cereal’.

Ababol

Banca

1 . f. Asiento para dos o más personas formado por una estructura de madera, un sogueo o bien una base de madera, un colchón y un cobertor, que suele colocarse en los portales de la casas o en las cocinas. Las bancas suelen tener brazos y algunas presentan artísticos respaldos tallados en madera.

Como no hay cama pa el segaor, que duerma en la banca.

Esta palabra no aparece en los diccionarios al uso, a excepción del trabajo del conquense Calero.



Cagurria

1. f. Colmenilla. Piñuela. Hongo comestible de forma ovalada y sombrerillo cavernoso formando  una especie de panal. 2. m. Peña de la Cagurria, paraje del término de Cuevas.

El lingüista Corominas apunta el término cagarria, de cagar, por lo repulsivo del esporangio que cubre el sombrero de este tipo de hongo.



Gagüerro

1. m. Gaznate. Parte superior de la tráquea. Garganta.

El lingüista Corominas cita la raíz GARG- que imita el ruido del gargajeo y otros sonidos que se realizan con la garganta como origen onomatopéyico de términos como gargajo, garganta, garguero, gargüero, y otras semejantes, de las que, sin duda proviene gagüerro.

Hablar

1. intr.. Ser novios. Entablar relaciones.

Tu sobrino  habla con mi hermana, ¿lo sabías?

Icir

1. tr. Decir.

Ven acá, genares, que vua icirte tres cosas bien dichas.

Vulgarismo.


Jábaga

1. Lugar al que se envía simbólicamente a quien es duro de oído o muestra algún tipo de sordera. Se dice que en el pueblo de Jábaga jeringaban a los sordos.

No he dicho muerto, sino huerto. Vamos a tener que llevarte a Jábaga.


Lavacias

1. f. Aguas que quedan después del lavado de la ropa. Cuando se lavaba en artesa, se enjabonaba y frotaba la ropa en la losa y también se daban los primeros aclarados. El agua resultante contenía por tanto el jabón y la suciedad de la ropa.

Ayúdame con la artesa; vamos a tirar las lavacias.

La palabra más próxima que menciona Corominas es lavazas, procedente del término lat. LAVARE, ‘lavar’.
Calero cita lavacias e informa con amplitud sobre su origen citando a varios autores. Lavacias sería una forma antigua de lavazas. Tanto lavazas como lavacias portan cierto matiz despectivo.
Se trata de una palabra valiosa que debería conservarse porque, al contrario de lo que sucede con otros términos, que han perdido su razón de ser, lavacias representa un concepto que persiste.


 Manflorito

1. m. Afeminado. Gay.

Mira, no me preguntes por qué, pero yo creo que ese es manflorita.

El término hermafrodita procede del lat. HERMAPHRODITUS, personaje mitológico hijo de Hermes y de Afrodita, que participaba de los dos sexos.
El término de Cuevas, manflorito, es el resultado de una importante alteración por etimología popular.
Se usa tanto la forma masculina, manflorito,  como la femenina.

Negro

1. adj. Referido al frío,  intenso, crudo, penetrante, helador.

Si sales abrígate bien que hoy hace un frío negro.

Del lat. NǏGER, NǏGRA, NIGRUM, `negro’.
A pesar de que el Diccionario de la Real Academia registra más de 20 significados y otras tantas frases hechas no aparece este significado. Se trata de una sinestesia. Original de Cuevas.

Oncejera

1. f. Aro de papel en forma de corona circular que se lanza al aire y que los vencejos capturan al vuelo quedando a veces atrapados en él. La oncejera se obtiene doblando un papel y realizando dos cortes semicirculares concéntricos. El agujero central debe tener las dimensiones de un vencejo con las alas plegadas o poco más.

To los chicotes del pueblo están en la peña tirando oncejeras. Verás si le dan un cantazo a alguien.

Pajarita de las nieves

1. f. Pajarillo conocido con el nombre de lavandera común que se caracteriza por sus tonos grises negros y blancos. Camina, a diferencia de los gorriones, que se desplazan saltando, y mueve su larga cola. El nombre de pajarita de las nieves se debe a que sus efectivos aumentan en invierno pero realmente es un ave presente todo el año por estas tierras.
Se dice que traen suerte.



Ramonizas

1. f. Ramas de olivo que se echan a los conejos o los corderos para que las mordisqueen. Puede referirse también a las ramas ya roídas por los animales.

He traído una carga de ramonizas para las ovejas.

Del lat. RAMUS, ‘rama’, de donde ramonear ‘morder los animales las hojas y las puntas de las ramas de los árboles y arbustos’. –iza es un sufijo  que expresa idea de colectividad.  Ramoniza es un término propio.


Salto paloma

1. m. Juego que consiste en ponerse un jugador agachado para que otro salte sobre él apoyando las manos en la espalda o no. Suele encadenarse, de tal manera que el primero que salta se coloca a continuación agachado y así van haciendo los demás. La madre o jugador que lleva la voz cantante da consignas que los demás deben seguir. Al ejecutar los saltos.

Los chicotes se han ido por la carretera del Villar jugando al salto paloma.


Niños jugando al salto paloma


Tatá

1. m. Pájaro diminuto que se mueve nervioso entre los arbustos y que emite un sonido semejante a su nombre. Se trata de la llamada tarabilla común europea (Saxicola rubicola), pajarillo del tamaño de un petirrojo o incluso menor, con la cabeza y la espalda negras, el pecho anaranjado, vientre blanco y un collar blanco. Los tonos de la hembra son más apagados. El canto del macho consiste en una melodía corta en forma de silbido, rematada una y otra vez por unos chasquidos como si se entrechocaran dos pitas.

Esta chiquilla come menos que un tatá.”

El término tatá no es citado por ninguna de las obras consultadas. Es seguro que se trata de una creación onomatopéyica, pues el canto del pájaro ofrece en su melodía un tsa-tsa o ta-tá muy llamativo.
Término propio.


Tatá

Uñas

1. interj. Voz que se emplea para expresar que alguna acción o realización es complicada, cuesta esfuerzo llevarla a cabo y tiene mucho mérito el conseguir culminarla. Puede equivaler a expresiones como ¡ojo!

Porque, ¿ves?,  con mi suegro se pelea bien ¿sabes? Pero lo que es con mi suegra, ¡uñas para bregar con esa mujer!

Del lat. ŬNGŬLA, ‘uña’.

Varagón

1. m. Palo largo, delgado y ligero que se usa para varear la fruta. Se emplea sobre todo en nogales, cermeños, almendros y otros árboles de gran envergadura con ramas altas de difícil acceso y fruto no excesivamente delicado.

Anda, muchacho, trae el varagón. Se han quedado tres o cuatro nueces en la picota.

No aparece en ninguno de los textos consultados. Parece claro que el término procede de vara, del lat. VARA, con derivados como varear o vareador. El sufijo aumentativo -on está engastado en la palabra con un interfijo –ag-, forma extraña en el vocabulario de Cuevas. Es posible que esta palabra esté ralacionada con varejón, ‘vara larga y gruesa’, con la que hay poca distancia semántica.

Zampar(se)

1. pr. Meterse en algún lugar. Acomodarse en una casa, fiesta o reunión sin estar invitado o tomando más confianza de la debida.

Esta borrica paice tonta; fíjate si tie por donde pasar la hijuela y se ha zampao dentro, en to el cenagar. Pa que veas.
Pues sí, hija, vino este tío, que dice que es pariente lejano de mi marido, que vaya usté a saber…, se nos zampó en la casa hace ocho días y aquí está, a mesa y mantel.


Se registra este significado desde antiguo, aunque la voz es de origen incierto.

jueves, 19 de noviembre de 2015

                               CHASCARRILLOS  DE  LOS  PUEBLOS

Antaño hubo sus piques y rivalidades entre los pueblos, odios entre vecinos que se resolvían de manera incruenta y jocosa mediante dichos, chascarrillos y algo parecido a lo que hoy  se llama “leyendas urbanas”.
Así, cada pueblo tenía sus motes y sus sambenitos, en los que, como es lógico, los pueblos vecinos vertían de modo chistoso las envidias e inquinas.
Hoy todo esto se ha aflojado, por el despoblamiento de los núcleos rurales y porque el trato entre las gentes de estas aldeas colindantes es más próximo, frecuente y cálido.
A los de Castillejo del Romeral se les despachaba bien con el pareado:
Castillejo del Romeral,
cuatro casas y un corral.
De esta misma aldea se contaba la historia de cómo querían alcanzar la luna, pues decían que era una enorme torta de manteca,  y decidieron apilar  todos los cuévanos del pueblo para hacerse con ella. Y como quiera que les faltaba solo un cuévano para tocarla, una vieja que pasaba sugirió que se tomase el cuévano que estaba en la base para ponerlo en lo más alto de la torre… También les llamaban, por este glorioso hecho, mantequeros.


Iglesia de Castillejo

A los de La Ventosa se les llamaba los del rollo, seguramente debido al hermoso rollo de Justicia que tienen. Aunque también había una coplilla que les atribuía una torpeza proverbial con las gachas:
Las gachas de La Ventosa
no se pueden ni probar.
Han salido agurulladas,
mal cocidas y sin sal.


Rollo de La Ventosa

A los de Villar del Saz se les llamaba capiruzos. Vaya usted a saber el porqué. Y los de Villanueva eran los de la ballena porque confundieron una albarda que bajaba a la deriva en una rambla con un gran cetáceo. Y como la albarda se dio la vuelta y mostró las cintas rojas con que se cosían estos aparejos, los que la contemplaban decían que sin duda era la sangre del bicho…
Los habitantes de Pineda tenían fama de ser muy tercos porque en cierta ocasión se empeñaron en pasar una viga atravesada por una puerta de una casa.
Por su parte, las gentes de Navalón le pusieron un pleito al sol, según se dice, porque cuando se dirigían por la mañana a la capital les daba en los ojos y cuando volvían por la tarde sucedía lo mismo.


Navalón, al fondo.

Y de Sotoca se entonaba la cantinela:
En Sotoca la Loca
arman un baile
con la pandera rota
y el culo al aire.
Hay que ver qué manera tan impúdica de bailar.
A los del Villar del Maestre se les llama aún arroperos, porque producían en ese pueblo un arrope que competía en la capital con los mejores. Pero parecía ese desdén casi un elogio, así que algún desaforado ideó un pareado un tanto irreverente:
Arroperos del Villar,
queman a Cristo en un bardal.


Villar del Maestre

En fin, nadie se salvaba de la censura popular. A los de las Cuevas nos llaman covachos, que es nuestro gentilicio, pero hay que reconocer que algo despectivo. También covacheros o simplemente alcarreños. Alguna vez nos llamaron peluqueros o pelucos. La rima más conocida de nuestro pueblo y nuestra gente ha sido siempre:
Los de Cuevas de Velasco
se beben el vino y dejan el casco.
Hemos recogido también una coplilla compuesta, sin duda, por gente que no nos quería bien:
La torre de Las Cuevas
se está cayendo
y un sastre con la aguja
la está cosiendo.
Y una rima con muy mala uva:
Mujeres de Las Cuevas
y burras del Villar
en mi casa no han de entrar.
Es claro que con estas dos invectivas atacaban aquello que es más destacado y que causa envidia por doquier: la hermosa torre de la iglesia y las  bellas mujeres de Las Cuevas.


Las Cuevas de Velasco

De las mozas de Fuentesclaras se dice:
Las mozas de Fuentesclaras,
pantorrilludas,
cuatro pares de medias
llevan algunas.
Y del pueblo parónimo de Fuentesbuenas:
Fuentes buenas y aguas malas,
pueblo de pocos vecinos,
el cura guarda las vacas
y el sacristán los gorrinos.
Que Caracenilla rima con morcilla es una evidencia demasiado palpable como para que el pueblo no le sacara punta. La conversación entre dos arrieros que se cruzaban podía  a veces discurrir por estos derroteros:
-¿De dónde es el hombre?
-De Caracenilla.
-Pues por el culo le meten una morcilla.
-A usted doble y a mí, sencilla.
Ahora bien, si hay un pueblo vilipendiado y una gente maltratada con estas ocurrencias es la ciudad de Huete por la tenacidad en la defensa de su alfoz y por la luchas judiciales que mantuvo con numerosas aldeas que querían desligarse de su jurisdicción.
Se pone verdes a los optenses, comenzando por la falta de hospitalidad:
Huete, míralo y vete.
Y si no llevas de comer, no entres en él.
Se hace referencia a lo difícil que resultaba ganar un pleito a la ciudad de Huete:
Ni viña en Cuenca
ni pleito en Huete.
Se ofende sin ambages, como en esta copla:
Antes puto que judío,
antes judío que fraile
antes fraile que de Huete
porque de Huete no hay antes.
O se echa una maldición con tres trabajos duros de soportar:
Dios te dé viña en Cuenca,
mujer fuerte
y pleito en Huete.


Huete


Hoy son otros tiempos y, como hemos dicho, la gente mantiene un trato más fluido y más afectuoso,  así que tomen toda esta invención como algo para sonreír y no hagan como los protagonistas de la aventura del rebuzno en El Quijote.