LA GOLONDRINA
Golondrina en vuelo |
Traemos
hasta estas páginas del blog de Las Cuevas de Velasco una historia
curiosa a la que es posible que le falte la épica de una leyenda pero
que posee otros valores que mueven al respeto a la naturaleza y, más
concretamente, hacia los animales.
Las
golondrinas, como es sabido, son aves migratorias. Acuden a nuestros
pueblos durante el mes de marzo o a primeros de abril. Anidan en
nuestras casas. Construyen con ímprobos esfuerzos sus curiosos nidos
mostrando unas habilidades sorprendentes. Sacan su nidada adelante y
a finales de agosto emprenden el viaje de regreso hacia los lugares
donde pasan la invernada.
Las
golondrinas siempre han gozado de un respeto excepcional por parte de
las personas. Ya siendo niños nos aleccionaban sobre el trato
preferencial y profundamente respetuoso que merecen estas aves. Nos
aseguraban, el maestro en la escuela y el sacerdote en la iglesia,
que estos pájaros son animales sagrados pues una antiquísima
tradición asegura que las golondrinas fueron las aves que quitaron
las espinas a Cristo en la cruz. Y que al hacerlo salpicaba la
venerable sangre sobre el pecho de estos paseriformes. Una conocida
seguidilla dice así:
En
el Monte Calvario
las golondrinas
le
quitaron a Cristo
las
mil espinas.
“Matar
una golondrina es pecado”, nos advertían. Y la prohibición surtía
un poderoso efecto, hasta el extremo de que entre los propios niños
reprendíamos a quien amenazaba o molestaba a una golondrina.
Es
indudable que también el hecho de tratarse de un pájaro tan
próximo, pues anida en las cornisas de las casas, en los desvanes,
en habitaciones con ventanas abiertas, en tinadas y sotechados, ha
contribuido siempre a que la golondrina sea considerada como un
pájaro doméstico. Y no hay que olvidar que se trata de un ave
benefactora pues se alimenta de ingentes cantidades de molestos
insectos.
Golondrinas |
A
nuestro pueblo cada año llegan unas decenas de parejas de
golondrinas por primavera. Al final de la época de crianza el número
de individuos se triplica o cuadruplica. Es entonces cuando se
colocan en los cables ordenaditas y entonan incansables sus melodías
de gorjeos chisporroteantes y juguetones.
Lo
realmente prodigioso de las golondrinas es su sentido de la
orientación. Son capaces de volver desde miles de kilómetros de
distancia exactamente al mismo lugar donde anidaron o nacieron el año
anterior.
Se
cuenta que en Las Cuevas de Velasco vivía un vecino que sentía gran
cariño por las golondrinas. Al llegar la primavera cada año la
tinada de su corral se llenaba de floreos y frases musicales
festivas. Era la señal que indicaba que las golondrinas habían
vuelto. El anfitrión recibía con alegría aquellos huéspedes que
anunciaban la proximidad del buen tiempo. Disfrutaba contemplando su
vuelo alocado plagado de audaces cabriolas, repentinas elevaciones y
temerarias maniobras rasantes.
Por
san José oteaba este hombre los cielos constantemente buscando en
ellos la primera señal del regreso de las aves, hasta que
vislumbraba en lo alto el oscuro perfil de oncete o percibía los
chispeantes gorgoritos. Entonces abría la puerta de la tinada y
retiraba la alambrera de una piquera para que las golondrinas
pudieran acceder al cobertizo del corral. Y no acababan ahí las
delicadezas con las que recibía a los pájaros, pues, además, solía
clavar alguna escarpia en las vigas de la tenada con el fin de
facilitar la sujeción del nido.
Todas
estas atenciones eran bien recibidas por la pareja de golondrinas que
aunque los primeros días, cuando realizaban la inspección del lugar
para comprobar su idoneidad, andaban algo recelosas y emitían el
tsuisui
de alarma cada vez que veían aparecer al hombre, más adelante
acababan familiarizándose con la presencia humana.
Son aves bellísimas de un vuelo ágil y acrobático |
En
unas semanas las aves iniciaban las tareas de recomposición del
nido. También se rehacía el dormidero, próximo al nido. El dueño
de la tinada observaba estas tareas cuando sus ocupaciones se lo
permitían, y siempre despertaban en él una profunda admiración.
El
hombre de las golondrinas fue desarrollando durante años ciertas
dotes que lo convirtieron en un ornitólogo aficionado. Inspeccionaba
el nido acabada la puesta y especialmente cuando nacían los
golondrinos. Tomaba sus anotaciones acerca del tiempo de la
incubación y del crecimiento de las crías, realizaba sus bosquejos
y en todo esto ponía mucho esmero. Solo profesando un gran cariño
hacia estas aves podía entenderse tal dedicación.
Con
el tiempo llegó a predecir con acierto el día exacto de la llegada
de las primeras golondrinas e igualmente pronosticaba con buen tino
el día y la hora de la partida del grueso de la bandada.
Sin
embargo, había algo que escapaba a sus capacidades de magnífico
observador: el destino de las golondrinas cuando partían del pueblo.
Leyó cuanto pudo, preguntó a entendidos e incluso a algún
naturalista. Estaba claro que las golondrinas pasaban el invierno en
el sur. Pero a él el sur, dicho así, le parecía demasiado vago e
impreciso y decidió averiguar por su cuenta adonde hibernaban sus
golondrinas.
Antes
de que estuvieran tan difundidas las técnicas de anillado, un año
el hombre de las golondrinas, ante la inminente partida de las aves,
capturó de manera incruenta a la hembra que anidaba en su tinada y
le colocó un mensaje en una pata. Un minúsculo saquito de tela
sujeto a la extremidad del animal contenía el papel cuyo texto decía
así:
Golondrina,
golondrina,
¿Dónde
pasas el invierno?
A
pesar de que el amigo de los pájaros sabía bien que eran los mismos
individuos los que regresaban al lugar del año anterior, pensaba que
era tal el número de peligros, como las tormentas, los fuertes
vientos, los depredadores, los accidentes…, que debían sortear en
un viaje de miles de kilómetros que llevar el mensaje y volver al
año siguiente sería ya una proeza. Cuánto más mérito tendría el
volver con algún recado.
Pasó
el invierno y todavía con la tierra medio adormecida, sólo los
almendros en flor se empeñaban en señalar la llegada de la
primavera.
Nido de golondrina en el cobertizo |
Una
tarde se vio en el cielo una sombrita negra y a la mañana siguiente
comenzaron los floreos frente al cobertizo. El hombre abrió las
puertas y retiró la red metálica de la piquera. Aún debió tener
paciencia unos días hasta que las aves reconocieron el lugar, pero
él había visto que la hembra del año anterior traía en su pata el
saquito que le había colocado.
Después
de capturar a la golondrina abrió la taleguilla en miniatura y halló
el mismo papel que él había enviado, lo cual le causó cierta
decepción. Lo desenrolló y observó con sorpresa que al texto que
él había escrito alguien había añadido otro que rezaba así:
Aquí
en las islas Canarias,
en
la fragua de un herrero.
Golondrinas preparadas para partir. Cuevas de Velasco. |
Para
el hombre fue una gran alegría descubrir dónde pasaba su golondrina
el resto del año. Luego se informó de que estas aves solo crían en
verano, así que la pareja que anidaba en su tinada pasaba el
invierno en las islas afortunadas.
Se
cuenta esta historia desde hace mucho tiempo en Las Cuevas de
Velasco. Nos parece llena de ternura y no exenta de ingenio.