UN PASEO POR LOS OLORES DEL PUEBLO
Hay olores que perduran en el recuerdo toda una vida y cuando uno los reencuentra revive aquellos tiempos. Muchos olores del pueblo han desaparecido, ya no es posible percibirlos, pero otros siguen formando la seña olfativa de Cuevas de Velasco.
Afina tu mente y tu nariz; te ofrezco un paseo por los aromas que mejor evocan nuestro pueblo.
1. Olor del saúco. Peculiar como el que más, inconfundible. El olor fuerte, penetrante, e incluso apestoso, deja su profunda impronta en la memoria. Se trata de una planta con un amplio aprovechamiento en medicina natural y en perfumería.
2. Olor del espliego en el lavadero. Hacia el final del verano, cuando la flor del espliego maduraba, la zona del lavadero se inundaba de alcanfores, aromas delicados e intensos a lavandas finísimas y a infusión de flores.
3. Olor de las flores del azafrán al despinzar. Cuando se despinzaba el azafrán se reunían cuadrillas de personas alrededor de las mesas y se iba acumulando la flor ya desbriznada en montones. Estos montones recordaban vagamente al aroma del azafrán, pero lo más intenso era el tostado del azafrán, pues entonces la casa entera rebosaba de la conocida fragancia, intensa, inconfundible del llamado oro rojo.
4. Olor del tren de carbón. El paso del tren arrojaba al aire el inconfundible olor que desprende la combustión del carbón con sus tufos a hollín, a carbonilla y a tizne.
5. Olor de los lilos. Los lilos, cuando están en plena floración, desprenden un inconfundible perfume a jabones.
6. Olor del horno del pan. En los hornos del pueblo reinaba el olor a pan horneado, caliente, crujiente. Se aspiraba el aroma a harina tostada y a leñas de roble y encina en combustión en medio de ráfagas de anís de las rosquillas o de huevo de los dormidos.
7. Olor del humo de las lumbres al amanecer. La lumbre olía, según la leña que entraba en combustión, a resinas de pino, a humo denso y asfixiante de enebro o sabina, a fuego noble de encina seca, a támaras de roble que crepitaban como las algayubas...
8. Olor de las cortes, cuadras y corrales. Las cortes, cuadras, y el estiércol de los corrales apestaban barrios enteros cuando se removían. Y sin embargo el hedor de las materias en descomposición natural hería menos que las pestilencias nauseabundas de las letrinas y las cloacas de ciudad.
9. Olor de los ganados. En algunas ocasiones hasta ocho o diez ganados ahijaban en el pueblo. Vivíamos con los efluvios constantes de más de mil ovejas. Los matices también los recordamos: no huele igual una oveja seca que una mojada, por ejemplo.
10. Olor de los hongos. Cada especie de hongo presenta un tono distinto, pero, en general, los hongos nos recuerdan el olor de la madera, del mantillo del bosque, de la vegetación, los pinos y la resina.
11. Olor de la verbena. El cobertizo que se construía en la plaza de Cuevas en los días anteriores a la fiesta del Cristo se confeccionaba con palos y ramas de roble, encina, chopo, olmo. El roble desprende fragancias a mohos, vino, madera, cartón perfumado…
12. Olor del arrope haciéndose en el caldero. El mosto cocido, evaporado…, olía a azúcar tostada. Dulzón y empalagoso, es uno de los aromas más potentes que recordamos.
13. Olor del cáñamo. Aunque la especie de cannabis cultivada aquí desde tiempos inmemoriales no es la que más principios estupefacientes tiene, todo el que entraba en un cañamar percibía bien la atmósfera exótica, hipnótica y ligeramente mareante de la plantación, efectos que se acentuaban cuando el cáñamo era agramado en la era.
14. Olor de un pepino o de un tomate cogidos de la mata. Inspirar ante un pepino es aspirar un aroma a frescura, a limpieza y a verdor. El tomate huele a la mata que lo cría. Se trata de un aroma a verdor estimulante del apetito, con resonancias ácidas y alcohólicas.
15. Olor de la hoja y el fruto del nogal y la higuera. Sin ser un sabueso, el hombre del pueblo podría identificar estos árboles con solo olerlos. Quien se ha engarbado por el tronco de una higuera en busca de los carnosos frutos conoce bien ese olor fresco, cremoso, afrutado, y qué decir del nogal cuyos fuertes vahos se reconocen especialmente si manoseamos las hojas o si tratamos de machacar una nuez aún medio verde.