domingo, 2 de junio de 2019

                        LOS SONIDOS DEL PUEBLO II 


1. Los pájaros en la iglesia. 
La iglesia de Cuevas viene a ser un arca de Noé invertida surcando estos mares de la Alcarria. Y en esta  arca para la salvación de las especies habitan miles de pájaros: tordos, palomas, gorriones, vencejos, mochuelos, lechuzas… Antes había también alcotanes y hasta grajas. En primavera llama la atención el enjambre de aves que gira alrededor de la iglesia y su torre. Algunas, como los vencejos, llegan desde el sur para anidar en las boquillas del tejado y allí pasan varias horas al día. Se organizan en nubes y ruedan en círculos tangentes al edificio emitiendo un griterío frenético. Quién sabe lo que significará ese ritual que repiten un día y otro día.


2. Los tordos en los arreñales . 
Los tordos, o estorninos, son pájaros muy tímidos, y, más que tímidos, precavidos. Vayan donde vayan siempre queda uno de centinela y basta un sólo silbido para que la bandada salga de estampida. Los tordos tienen una voz prodigiosa: lo mismo maúllan como un gato, que cacarean imitando a una gallina, pero su interpretación estelar es un silbido limpio, potente y agudo que suena como un requiebro. A veces, un solo individuo es capaz de reproducir un parloteo con varios registros que suena como la cháchara de un patio de vecinos. 



3. El chatarrero a las diez. 
A las diez de la mañana llega el chatarrero al pueblo y lo atraviesa anunciándose por megafonía con la monserga mil veces repetida: “Ha llegado el chatarrero...” De los chatarreros se dice que se llevan de los pueblos auténticas joyas: muebles, artefactos, cachivaches, antigüedades ya sin valor práctico, pero con un importante valor patrimonial y cultural.

4. El tren de las ocho. 
Hacia las ocho de la tarde baja el tren de Cuenca. Recorre la vega de Cuevas con su estropicio de tren viejo, de ferrocarril antiguo, de vía férrea en estado terminal. Ya no verá la vega de este pueblo los rápidos convoyes del siglo XXI que surcan los campos a la velocidad del rayo. Aunque, quién sabe, quizá conviene más a este pueblo antiguo una línea férrea primitiva.


5. El viento en la Peña. 
Cuando el viento se enoja sopla en la Peña con furia, brama a ráfagas y muge con un sonido grave que amedrenta a las gentes y las despacha a sus casas, al lado del fuego, y aún allí las intimida con bocanadas que bajan por las chimeneas. En primavera el viento es más indulgente, menos brusco, más dialogante... 


6. El ruiseñor en la Rivera. 
El ruiseñor es un solista prodigioso. Sus notas metálicas y acuáticas son sorprendentes. El ruiseñor se ensimisma en su canto y con frecuencia le sorprende la noche emitiendo sus silbidos y borboteos. Su melodía es variada. Sus solos no tienen parangón en la naturaleza. 


7. Los corderos de José. 
Estos pequeños se desesperan cuando tardan en venir las madres. Permanecen atentos a los balidos de las ovejas y cuando las oyen aproximarse reclaman su alimento. Balan para que sus madres puedan localizarlos. Solo el calor y el fluido nutritivo de las ubres calma sus inquietudes.



8. El canto del autillo. 
Hacía algunos veranos que no se oía el autillo. Esta primavera hemos vuelto a oírlo. Su canto llega desde lejos como un silbo tímido y oscuro procedente de quién sabe qué agujero o qué rama. Esta pequeña rapaz nocturna insiste con su canto repetitivo como si tañera una flauta con un único agujero. Confiere a la noche del pueblo un encanto especial. Junto con los grillos, el ulular del autillo es la reivindicación de la existencia de la fauna nocturna. 
No hace mucho un búho cantaba desde el Vallejuelo y otro le daba la réplica por la Peñueña. Los había por los olivos de los arreñales, en la Rivera, en los Cañamares y hasta en la torre de la iglesia. Si ponemos atención este verano seguro que podremos oír alguno todavía, pero están en retroceso. Algo habría que hacer por estos vecinos de costumbres noctámbulas.




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