sábado, 2 de enero de 2021


  2021 COMIENZA CON NIEVE EN CUEVAS 

Bella estampa de la iglesia de Cuevas.

Se oye con frecuencia decir que antes llovía más y que antiguamente nevaba más. Y es absolutamente cierto, lo cual no quita para reconocer que hubo también periodos de sequías en el pasado, aunque la tónica fuera de precipitaciones más abundantes, tanto de nieve como de lluvia. 

La nieve solía visitar nuestro pueblo desde los Santos en adelante, hasta entrada la primavera. Y se recuerdan algunos nevazos épicos. Años especialmente fríos fueron: 1914, con un invierno glacial; 1956, con un mes de febrero en el que el pueblo lidió con temperaturas inferiores a 15 bajo cero durante varios días, o el año 1960, con un mes de enero de nevazos apocalípticos. 

Carretera de Villar del Maestre.

Con frecuencia sucedía que la nieve caída en una nevada se acumulaba sobre la de otro nevazo anterior y cuando se helaba tardaba semanas en deshacerse. 

Otro fenómeno relativamente frecuente era el de la nieve en ventisquera. Cuando nevaba y al mismo tiempo soplaba el viento, la nieve solía acumularse en los muros, zopeteros y desniveles, de tal manera que a veces casi cubría las puertas de las casas. 

Paseo del lavadero.



Paisaje desde la Peña.


Cuando el nevazo superaba los 30 centímetros la gente salía de sus casas y hacía caminillos para acceder a los corrales, a las tiendas, al horno o a la escuela. Y así, entra la capa de nieve, que a veces era ya muy gruesa, y la que se acumulaba a los lados del camino al retirarla con palas, los niños no podíamos ver por encima y andábamos por aquellas veredas como si caminásemos por un laberinto. 

Como es lógico, ante un nevazo se suspendían las tareas en el campo y los hombres se dedicaban a labores bajo techo: serrar leña, hacer labores de esparto o de cáñamo, preparar canalones para recoger agua del deshielo… 

Lavadero de Cuevas de Velasco.


Los cazadores encontraban en las nevadas una ocasión única para ir en busca de sus piezas favoritas. Aplicaban numerosas estrategias para salir con ventaja a cazar. Así, lo más socorrido era ir de rastros. Con nieve blanda, los conejos y las liebres se muestran muy torpes. Por ello, una vez localizado un rastro se seguía con paciencia hasta que se alcanzaba la pieza y lo demás era cansarla en la nieve hasta que el perro o el propio cazador la atrapaban. 




Otra astucia para cazar con el campo nevado era la de poner cepos. Las piezas de caza no podían aguantar mucho en las madrigueras o refugios sin comer. A partir del segundo día salían y acudían allá donde hubiese algo que mordisquear o picotear. Los cazadores ponían paja y algún cebo en zonas concretas que llenaban de cepos y de ese modo se cobraban piezas con relativa facilidad, especialmente aves. 

Gorriones en la nieve.


La criba era una práctica simple, pero en ocasiones eficaz. En corrales, arreñales o eras, se formaba un círculo con una criba o arnero y se ponía en ese espacio paja y grano. Se ataba un hilo al arnero y se dejaba inclinado sobre la zona a la que, con algo de paciencia, siempre acudía algún pájaro. Entonces el cazador, oculto en algún lugar próximo, soltaba el hilo y el armatoste caía sobre la presa. 

Arnero de piel.



Había quien tenía una tinada o un cobertizo y lo preparaba para convertirlo en una trampa. Cuando todo estaba nevado durante varios días los animales acudían adonde fuera con tal de comer. 

Entre las diversiones de los niños cuando nevaba, la más celebrada era hacer bolas de nieve. También se hacía algún muñeco, pero no era una práctica tan arraigada. En Cuevas los niños, y no tan niños, se ejercitaban haciendo bolas de nieve. Algunas veces se conseguía un tamaño tal que había que echar mano de sogas y cinchas para seguir girando la bola. Luego se aparcaba donde se podía y allí permanecía a veces hasta un mes. 

Inicio de una bola de nieve.

Mozos empujando una bola gigante.


Las batallas con bolas de nieve llegaban a ser casi peligrosas y solían comenzar sin previa declaración de guerra ni la menor sospecha de que iban a romperse las hostilidades. Algunos se propasaban poniendo dentro de la bola un canto. 




Plaza de Cuevas de Velasco.


Otro de los muchos entretenimientos que facilitaba la nieve era el de hacer cristos. Se hacía un cristo cuando uno conseguía extenderse sobre la nieve virgen con los brazos en cruz y después conseguía levantarse, con ayuda o sin ella, de modo que quedase la impronta en forma de Cristo. Más tarde llegaron los ángeles en la nieve. Y no faltaba quien ejecutaba el llamado salto de la rana, complicada cabriola que dejaba también una curiosa huella en la nieve.




Pese al frío y a las condiciones en que se vivía, la nieve va estrechamente unida a los recuerdos de quienes pasamos nuestra infancia en el pueblo. Ofrecía tantas posibilidades para la diversión que era siempre una alegría cuando nevaba copiosamente.

Vista del pueblo hermano de Villar del Maestre.


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