UNA
VIRGEN ENTERRADA
Les
confieso que siento cierta envidia hacia esos pueblos que cuentan con
su tradición mariana asociada a un hecho milagroso. En realidad la
geografía conquense, y la española en general, están cuajadas de
lugares marianos surgidos a lo largo de la historia en torno a hechos
prodigiosos.
Hay
milagros marianos que, aunque uno prescindiera de lo sobrenatural,
sólo por su belleza literaria, son ya una gran maravilla. Pienso,
por ejemplo, en esa virgen diminuta, del tamaño de un dedo pulgar,
en la que la reja de un arado tirado por bueyes tropezó y no podía
continuar; o en esa virgen que pidió pan a un pastor manco y al
meter éste el muñón en su zurrón sacó la mano sana; o en esas
vírgenes tozudas que se las trasladaba a una ermita y durante la
noche regresaban al lugar de su aparición.
En
Las Cuevas de Velasco no hemos encontrado nuestra virgen, pero no es
porque no esté escondida, pues tenemos una leyenda que habla de que
hay una virgen oculta, enterrada.
La
tradición es antiquísima, pero no es una de las más conocidas del
pueblo, hasta el extremo de que corre el riesgo de perderse. Por eso
la rescatamos aquí.
Desde
muy antiguo se cuenta que en Las Cuevas de Velasco, en el lugar que
llaman cerro Ribagorda, hay una imagen de la Virgen enterrada. El
relato legendario es parco en detalles, pero hay algunas sospechas
que podrían explicar este misterio.
El
cerro Ribagorda, para los que no están versados en localizar parajes
del pueblo, se sitúa en medio de la vega, más abajo de la Nebrosa.
Es el monte que nos impide ver desde el Castillo el pueblo de
Castillejo del Romeral.
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Cumbre del cerro Ribagorda, visto desde el camino de Valdemoralejo |
En
el cerro Ribagorda se ha encontrado también algún enterramiento
excavado
en la roca.
Y por la parte que mira a la Hoya está la cueva de la Peña del
Aguililla. Pero para el caso que nos ocupa lo más importante es que
alrededor de dicho cerro hubo poblamientos en la antigüedad. Resulta
curioso que sea justo en las inmediaciones de esta montaña donde se
sitúa el mayor grupo de tumbas.
Como
ya hemos dicho, estas
fosas mortuorias,
muy numerosas
en los parajes de La Losa, Valdemaron, El Reajo o la Nebrosa,
pertenecen a la época tardorromana o visigótica, es decir, cuando
ya se había difundido por la península la fe cristiana y el culto
mariano estaba muy extendido.
Quienes
enterraron a sus muertos en estos lugares, habitaron varios poblados
cuya localización queda muy próxima al cerro Ribagorda. En la
misma ladera de la montaña, de la parte que da al paso a nivel de la
casilla de la Nebrosa, existe un paraje que se denomina Las
Paerecillas, al lado de un corral de ganado. Dicho lugar muestra
restos claros de haber estado habitado el en pasado. También a menos
de un Km. ya en término de Castillejo, se encuentra el poblado de
Fuente la Higuera.
En
cualquiera de estos poblados
antiguos
debió haber una pequeña iglesia con su virgen. Es más que probable
que en el futuro las investigaciones arqueológicas así lo
demuestren.
Pero
¿por qué se escondió la imagen de la virgen? La respuesta apunta
claramente hacia un hecho: la invasión de los musulmanes y las
continuas razzias de castigo que realizaban pudieron ser la causa del
ocultamiento.
Se
tienen noticias de la conquista de estas tierras. Se dice que en
Santaver, cerca de la actual Cañaveruelas, se establecieron
musulmanes de raza beréber. Sabemos perfectamente que para entonces
esta comarca seguía habitada por una importante comunidad de
cristianos que aguantaron en territorio musulmán (mozárabes) hasta
que la presión se hizo insostenible ya entrado el siglo IX. Sabemos
por la historia que el obispo Sebastián de Ercávica, antigua ciudad
romana rebautizada en tiempo de los musulmanes como Santaver, situada
en Cañaveruelas, a solo 38 kms de Cuevas de Velasco, huyó hacia
Oviedo en el año 866, ante una campaña de los musulmanes que
amenazaba su integridad.
Por
otra parte,
durante
los años de la reconquista menudearon las algaradas moras cuyo
objetivo era buscar botín, pero también atemorizar a los
cristianos para que no volvieran a establecerse. Solían destruir los
templos y las imágenes, así como robar las campanas de las iglesias
y ermitas.
Por
lo tanto, no puede extrañarnos que, ante la inminencia de una
incursión musulmana, alguien muy piadoso rescatase a su virgen y la
ocultase cuidadosamente.
Ocultamientos
de este tipo hubo por toda la geografía española. Y, por cierto,
también existe alguna leyenda de hallazgos, milagrosos o casuales
después de la Reconquista.
Cuando
llegó la Reconquista a Huete y su territorio, se establecieron
pronto las primeras aldeas cristianas en los valles del Guadamejud y
del Mayor. Pero aún hubo que aguantar el embate de los Almohades que
pusieron cerco a Huete en el año 1172 sin lograr tomar su fortaleza.
En su retirada hacia sus dominios de Cuenca, el ejército musulmán
atravesó el valle del río Mayor, con toda seguridad por la vega de
Cuevas de Velasco. Y ya se habla en la crónica de tal periplo,
redactada por un cronista musulmán, que llegaron a un poblado del
que había huido toda la población, seguramente ocultándose en las
montañas o buscando territorios al norte más seguros.
No
pudieron recoger las cosechas porque no había tiempo, pero pueden
estar seguros de que ocultarían a sus santos y sus tesoros sacros.
El
cronista árabe dice que las tropas cogieron todo el grano que
pudieron y luego arrancaron los árboles y arrasaron el poblado.
El
cerro Ribagorda es un monte enigmático. Se trata de una montaña
exenta, es decir, separada del resto de macizos y páramos
circundantes. Plantado en medio de la vega, este cerro testigo debió
atraer la atención de las gentes que moraron por
estas vegas y así lo atestigua la presencia de necrópolis y de
cuevas excavadas por la mano del hombre.
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Situación del cerro Ribagorda. |
En
cuanto a la razón de por qué sigue la imagen escondida y nadie
acudió a desenterrarla reproduzco las mismas palabras con las que un
día me respondió el descubridor del célebre tesoro de Villena, don
José María Soler, al ser preguntado por la misma cuestión: “Sabían
muy bien que el peligro que venía era grande. Y tenían razón, pues
ya no volvieron a recoger su tesoro”.
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