miércoles, 15 de mayo de 2019



         II CAMINATA DE CUEVAS A LAS ANGUSTIAS 



El pasado día once de mayo, a eso de las seis de la mañana, nos concentramos en las inmediaciones de la fuente Canela los veinte caminantes que habíamos anunciado la participación en la II Caminata a las Angustias. Se anunciaba un día radiante y así sucedió. 



Hacia las seis y cuarto, cuando aún no se había descorrido el velo del día y el lucero del alba se resistía a entregar su testigo al astro rey, tomamos el antiguo camino de Cuenca, por la callejuela de las eras y enfilamos por las ruinas de la ermita hacia el Rebollar. 



Reinaba en la expedición un ambiente de fraternidad y de ilusión. Y es que el gozo del caminante al comenzar la jornada olvida las penalidades que le aguardan, del mismo modo que al coger las rosas uno olvida las espinas. 

Los altozanos de Miralobueno y el Rebollar se coronaron a buen ritmo, casi con urgencia, como deseando ver síntomas claros del nuevo día. Y tras el último remonte, el del Huerto del Hurón, apareció en el horizonte una acuarela de tonos amarillentos, rojizos y azafrán. La negrura abandonaba los campos y volvía a sus profundas grutas, mientras un nutrido coro de pajarillos -rebalbas, trigueros, totovías…-, heraldos del día en ciernes, ponían en los aires su incansable reclamo. 



La hechura del camino crea vínculos entre los caminantes, desvela motivos ocultos, descubre solidaridades. Va fraguando cierto sentimiento de grupo, de familia itinerante. Y cuanto más nos aproximamos al destino más vivo y sólido es ese nexo. 

Al saltar al término de Villar del Saz y luego al de Navalón, los organizadores , con muy buen criterio, habían trazado el recorrido por las pistas que recorren los montes, lejos de las carreteras, en dirección a Jábaga. 



Mayo siente predilección por estas tierras y las obsequia con flores y verdores inusitados, casi lujuriosos. Los campos ofrecen un panorama magnífico. Los robles salpican los pinares con sus juveniles trajes verdes y acá y allá se abren campos de cebada como escenarios sobre los que fueran a aparecer faunos, ninfas y diosas de la naturaleza. 

De cuando en cuando se hace una pausa para esperar a los rezagados y para recapitular sobre el kilometraje que se lleva recorrido. 

Tras un descenso largo, por una cuidada y espaciosa pista forestal, desembocamos en Jábaga, cuya fábrica de chocolate, proporciona al lugar un aire de abadía inglesa. 

Un pequeño parque nos acoge. Es el momento del refrigerio de media mañana, la revisión de los doloridos pies, el aseo y la sustitución de algunas prendas de vestir. 

Luego, los veinte expedicionarios seguimos bregando por los montes hasta darnos de bruces con la ruidosa autovía, la carretera nacional y la civilización. 

Después de atravesar el río Júcar a la altura de Albaladejito, proseguimos por la rivera hacia el Terminillo. Y es en este tramo desprovisto de vegetación y con un sol de justicia cuando los caminantes deben enfrentarse a sus limitaciones. La firme determinación de la culminación y la proximidad de la meta insuflan los ánimos necesarios. 



La ascensión desde el Recreo Peral al Santuario de las Angustias exige al expedicionario una última prueba de resistencia y de tenacidad. 

La Virgen, de bellísimo rostro transido por el dolor, recibe a los peregrinos, a todos por igual, aunque los caminantes, fiel reflejo de la sociedad, llegan hasta aquí movidos por diferentes impulsos, si bien todos, de uno u otro modo, con la esperanza de lo trascendente. 

Una sencilla ceremonia y el rito de la veneración de la popular Virgen de las Angustias, una de las cuatro patronas de Cuenca, dan por concluida la marcha. 

Luego, como colofón a este periplo viajero, nos trasladamos a un restaurante de la plaza Mayor donde disfrutamos de una comida de hermandad. 



Tras la experiencia quedan en el alma del caminante varios sentimientos: la sensación de un deber cumplido, un reto alcanzado, un día de camaradería y charla, pero sobre todo, queda, como en esa leyenda oriental de la que habló Laura, la iniciadora de esta Caminata, la sensación de los veinte caminantes de que un invisible hilo rojo unirá ya nuestras muñecas para siempre.

1 comentario:

  1. Precioso y emotivo. Me siento feliz de esta iniciativa desde el.cielo estoy cubierta

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