martes, 8 de diciembre de 2020

 VAMOS A HACER UNA ZAMBOMBA 



Además de “Vamos a poner el belén” o “Vamos a hacer rosquillas”, si había una frase que ilusionaba a los niños en vísperas de Navidad era “Vamos a hacer una zambomba”. 

Yo aprendí a hacer zambombas siendo muy niño, allá por los años 60 del siglo pasado. Mi tío abuelo y mi padre se las apañaban para que tuviéramos nuestras zambombas. 

¿Qué se necesitaba para hacer una zambomba? 

En primer lugar, una piel de oveja, cordero, cabra o conejo, aunque había veces en que se aprovechaba la vejiga de un gorrino. 



En segundo lugar, se necesitaba una boca de tinaja, orza o vasija semejante, que, si no había más remedio, podía sustituirse por un orinal o por una lata. 






El tercer elemento más importante era el palo, que en el pueblo solía ponerse de mimbre. Era mejor si se trataba de un mimbre seco. 




Para completar una zambomba se precisaba también un buen hilo de bramante, vencejos o soguillas de esparto, así como unos palillos o cañas para hacer los dientes. 




Lo primero que había que hacer era preparar la piel, recortar restos de sebo adherido, partes sanguinolentas susceptibles de pudrirse, y despojarla del pelo o la lana que tuviera. Para ello solían mezclar ceniza de madera de roble o carrasca con agua y dejaban reposar la solución un par de días. Lo que se conseguía así no era otra cosa que una especie de lejía. Entonces se sumergía la piel durante dos días, más o menos, y ya podía arrancarse con facilidad el pelo o la lana. 

Con frecuencia se reutilizaban pieles de otras navidades, si es que resistían, o bien pieles viejas de las que se empleaban para tapar las tinajas. 

Al mimbre o caña se le practicaba una cotana para poder atarle la piel. Se usaba para ello un hilo de algodón, el bramante e incluso un alambre. 




El proceso del montaje de la piel en la boca de la zambomba exigía cierta paciencia y habilidad. Con una lazada corrida en la primera vuelta de cuerda se iba tensando bien la piel, de manera que desaparecieran los pliegues y que el palo quedase en el centro. Para ello solía trabajarse con la piel humedecida. 





Para finalizar el proceso se elaboraban los dientes de la zambomba, generalmente con cañas. Estos dientes amplificaban el sonido del instrumento.



El palo de la zambomba podía frotarse con un trapillo húmedo, con la mano mojada, o bien con cera virgen. 

En Cuevas de Velasco siempre hubo afición a las zambombas. Había en el pueblo auténticos zambomberos expertos en el arte. Se cuenta que en una ocasión los mozos construyeron una zambomba monumental que para ser transportada precisaba de un carro, y cuando la hacían sonar se estremecía medio pueblo. 

Para ilustrar este reportaje yo he construido mi zambomba, como en tantas ocasiones. Esta vez, eso sí, he usado técnicas más modernas, aunque el procedimiento es muy semejante, como puede verse. Así, la piel la he conseguido en un almacén de pieles y como boca he usado una maceta que después he cortado.



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