viernes, 2 de septiembre de 2016



                   EL SECRETO DE LOS PALOS DE LA DANZA 
 
 

La danza de Cuevas, como ya hemos dicho en otras ocasiones, es la manifestación folclórica más interesante de nuestro pueblo. Viene de muy antiguo, tanto que quizás tenga su origen en las danzas que se ejecutaban durante la festividad del Corpus en la Edad Media en muchos pueblos y ciudades. 

Nuestra danza la realizan ocho danzantes y un alcalde de danza que los dirige, al son de la dulzaina castellana y el tambor. Los danzantes lucen vistosas vestimentas y portan castañuelas y unos palos que entrechocan al ritmo de la música. 
 

Los palos de la danza tienen su secreto, claro. Hablamos con Fernando, quien por cierto estos días anda con algún achaque de salud, del que deseamos se reponga lo antes posible. Él es la persona que viene encargándose de preparar y suministrar los palos a los danzantes.

- Los palos tienen su secreto, ¿no han de tenerlo? - me dice en tono enigmático.

- A ver, ¿puedes explicarme cómo se hace un buen palo para la danza?- le pregunto.


- Pues lo primero es la madera, ¿sabes? Porque no sirve cualquier madera. ¿Sabes cuál es la mejor? La de maraña.
 


- ¿La de maraña? ¿Y no resulta difícil encontrar palos rectos en las marañas?

- Miaque, claro, pero tié que ser de maraña. Si no, no suena bien – responde sentencioso-. Ah, y no se te ocurra buscar en marañas viejas. Ties que buscar en una maraña joven. 
 
 

Le cuesta continuar, como si le pesase confiarme las triquiñuelas que hay que aplicar para elaborar un buen palo de danza, pero al final sigue desgranando instrucciones:

- Para la medida tengo un palo desde hace muchos años. Una vez que has cortado los palos en la maraña, hay que secarlos al fuego.

- He oído que antes los secaban en el horno del pan- apunto yo.

- ¡Uyy! Ni se te ocurra. Si los metes en un horno se doman. Lo que hay que hacer es secarlos al fuego. Y nada de dejarlos en la losa de la lumbre. El palo no hay que soltarlo de la mano mientras va secándose y se ahueca la piel. Así sale la corteza casi sola.

- Y luego ya se lijan, claro – comento.

- ¿Has dicho lijar? Muchacho, si lijas el palo ya no suena bien. El palo no hay que lijarlo. Pues estaríamos apañaos. Mia tú, lijar, dice. Si es que ties unas ocurrencias...

- Bueno, y ya está el palo preparado.

- De eso, nada -dice Fernando-. Casualmente me has encontrao esta mañana porque ando buscando una piedra de arena para los palos.

- ¿Una piedra de arena? ¿Y para qué se necesita una piedra de arena?

Entonces, el pastor jubilado, que aún conserva cierto talle de torero de sus años mozos, se pasa la mano por la testa con un gesto semejante a los tics de los jugadores de cartas, me mira con los ojillos entornados y me dice:

- ¿Que para qué necesito una piedra de arena? Pues no te lo voy a decir. No se lo he dicho a nadie y mira que me han preguntado. Y a ti tampoco te lo voy a decir.

Por más que porfío, nada, no hay modo de arrancarle el último secreto de cómo se fabrica un buen palo de danzar. Llego incluso a hacerle ver que el día que se nos vaya al otro mundo, que sea lo más tarde posible, se llevará con él el secreto. Y aun así, no hay modo.

El acabado del palo ya va en gustos: hay quien prefiere los extremos cónicos y otros que se las apañan mejor con las puntas cilíndricas. Vaya usted a saber…

Lo cierto es que si los palos están bien elaborados resuenan mejor y la danza resulta más espectacular.
 
 

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