lunes, 12 de diciembre de 2022

                              LOS TRES CRISTOS 

Cristo de la Misericordia y de la Salud de Cuevas de Velasco.


El Cristo de la Misericordia y de la Salud es una talla de considerable mérito artístico que se encuentra en la iglesia de la Asunción de Las Cuevas de Velasco. 

La historia de esta escultura está jalonada de sucesos asombrosos, como la primera restauración, en Olot, el ocultamiento durante la contienda civil en diversos lugares del pueblo o la segunda restauración con el hallazgo de una talla de buena factura bajo los estucos. 

Sobre el Santísimo Cristo de la Misericordia y de la Salud, patrón de Las Cuevas de Velasco, se ha narrado desde hace muchísimo tiempo una historia sorprendente. Contaban los ancianos que en el taller del escultor que talló el Cristo de Las Cuevas se realizaban otros dos trabajos singulares simultáneamente. 

Existen serias discrepancias sobre cuáles eran las tres imágenes que se cincelaban y cada persona que narra los hechos asegura que allí estaba el cristo de su devoción. Además del Cristo de Las Cuevas, unos hablan del Cristo de la Caridad del convento de San Miguel de las Victorias, de Priego; otros afirman que la segunda de las tres tallas era la de Nuestro Padre Jesús, de Sisante, mientras que la tercera escultura parece que era el antiguo Cristo de La Ventosa. 

Cristo del convento de San Miguel de las Victorias, de Priego. De espaldas.

Cristo de la Caridad, de Priego. Vista frontal.


La España de la época a la que pertenecen estas tallas era una nación pujante que administraba un imperio poderoso. Se creaban magníficas obras de arte de ricos materiales. Abundaban los talleres de orfebres, plateros, pintores, imagineros, canteros… Y si el tallista recibió estos tres encargos casi al mismo tiempo es de suponer que regentase un taller de cierta importancia. 


Nuestro Padre Jesús el Nazareno, de sisante.

En este sentido cabe destacar que cuando hace unos años se realizaron los trabajos de restauración del Cristo de la Misericordia, en la Universidad Autónoma de Madrid, se halló bajo una gruesa capa de estucos la talla original realizada en madera de pino, con una apariencia notablemente distinta de la que poseía revestido de yesos, escayolas, estopas y pinturas. Sobre dicha talla recuperada se aprecia la labor de un artista cuya obra recuerda algunas características de la afamada escuela de Gregorio Fernández, de Valladolid. 

Como se sabe, los maestros escultores solían crear el boceto inicial, ponían a trabajar en la obra a sus discípulos o aprendices que eran quienes desbastaban la pieza e iban extrayendo las formas de la imagen. Finalmente era el imaginero titular el que labraba la parte más delicada transmitiendo así su sello personal a la obra. 



Cuenta la leyenda que en el taller donde se esculpían los cristos, los tres encargos estaban a punto de ser finalizados. Ya habían concluido los discípulos su trabajo y era el maestro el que daba ahora los últimos retoques a las tres esculturas. Trabajó afanosamente durante días en esa atmósfera de los talleres escultóricos en la que las figuras están al filo de cobrar vida. 

Un día observó durante un buen rato sus tres magníficas obras pensando en darlas por acabadas, pero en un afán de perfeccionismo, propio de los grandes artistas, aún cinceló algunos detalles delicados que proporcionaron a las figuras más belleza si cabía. 

Cristo de La Ventosa.


Finalmente, satisfecho con su trabajo, echó una última mirada a las tres imágenes situadas ante él y se volvió para ordenar las herramientas y ponerlas en sus lugares. Entonces fue cuando tuvo lugar el prodigio que se cuenta. Uno de los tres cristos habló con voz grave y dijo: “¿Con qué ojos me has mirado que tan bien me has dibujado”? Rodaron por el suelo gubias, cinceles, formones y mazos. El maestro quedó paralizado por lo que acababa de escuchar. No daba crédito al portento que tenía lugar en su taller. Miró atentamente a los rostros de sus tres cristos. Se aproximó despacio y pasó, tembloroso, las yemas de sus dedos por las comisuras de los labios de las tres imágenes, lentamente, como si esperase que el contacto fuese a hacer brotar de nuevo el don de la palabra en la figura que había hablado. Pero las tres esculturas permanecieron mudas. 

Detalle de la cara del Cristo de Sisante.

No solamente por la belleza de los trabajos realizados sino también por haberse hecho merecedor del prodigio divino debemos suponer que el escultor era un hombre adornado copiosamente de virtudes como el talento artístico. No lo sabemos. 

El caso es que el hombre no supo cuál de los tres cristos había hablado. Salió de su taller presa de una gran inquietud. Llegó a su casa y contó a sus familiares lo sucedido e, inmediatamente después, cayó al suelo muerto. 

                                               

Dos fases del proceso de realización de una talla.

Al poco tiempo del suceso, los tres cristos salieron del taller con destino a sus lugares de culto. Y ya fuera porque el asombroso prodigio comenzó a propagarse o bien porque los devotos los acogieron en sus lugares de destino con mucho fervor lo cierto es que, en efecto, los tres cristos se cuentan entre los que más milagros han obrado. 

Los más ancianos quizás recuerden aún las decenas de exvotos que pendían de los muros alrededor del Cristo de la Misericordia, exvotos que significaban reconocimiento por una gracia obtenida o por un milagro realizado. Del mismo modo, el Cristo de Priego se expone en un camarín en el cual podían verse cientos de presentes para agradecer intervenciones milagrosas. 

Sobre la procedencia de la imagen del Cristo de la Misericordia y las razones de por qué se erigió en santo patrono de Las Cuevas de Velasco en sustitución de san Bartolomé se sabe bien poco. Es posible que tal hecho tenga relación con la leyenda.

Taller de escultor.
                             




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