sábado, 31 de octubre de 2015







                             LOS HOMBRECILLOS DEL GORRO COLORADO


   Se dice que hace mucho tiempo vivió en la villa de Las Cuevas de Velasco un hombre de costumbres extrañas, amigo de misterios y de tratos con el diablo.
   Tenía este personaje algunas tierras de las que vivía, destacando un piazo en la Hoya Bartibáñez en el cual solía pasar muchas jornadas de trabajo al cabo del año.
   Como se sabe, las arcillosas tierras de estas vegas tienden a anegarse si no se las sanea debidamente. Hay que limpiar el río, los barrancos y las acequias, así como construir encañados para drenar las aguas freáticas que, de otro modo, los años húmedos cocerían los trigos y malograrían las cosechas.
   Tenía que realizar el tipo que nos ocupa unas complicadas y duras tareas de drenaje y limpieza del barranco que existe en el paraje de la Hoya, por lo cual requirió el concurso de una nutrida cuadrilla de jornaleros. Había trabajo para varios hombres a jornada completa durante una o dos semanas.
     La víspera del inicio de los trabajos,  el capataz de los peones contratados visitó la parcela de la Hoya Bartibáñez junto con el propietario de la tierra. Recorrieron el barranco, las hijuelas y los humedales. Discutieron largamente sobre el precio y al final, tras duras reticencias por parte del dueño del terreno, se ajustó el trabajo.
   Al amanecer del día siguiente los operarios se presentaron temprano en el tajo y cuál no sería su asombro al contemplar estupefactos cómo toda la faena a realizar se había ejecutado durante la noche como por arte de birlibirloque. No daban crédito a sus ojos. El trabajo parecía impecable, pero no alcanzaban a comprender cómo podía haber sido ejecutado en tan breve tiempo, en tan solo una noche, pues aquello parecía una labor para varias personas durante semanas.

   Alarmados por el suceso, volvieron al pueblo y se dirigieron a la casa de aquel fulano, dueño de la parcela de la Hoya Bartibáñez,  para preguntarle cómo podía ser aquello que sus ojos acababan de ver.

   El hombre, que, como era habitual, estaba ya a media mañana en la cueva y bien templado respondió a los peones:

-  No debe extrañaros que en una sola noche se haya realizado toda la tarea porque ayer tarde, cuando yo me volvía para el pueblo, vi venir a una muchedumbre de hombrecillos con el gorro colorao que se pusieron a trabajar como alanos en el barranco de la parcela.

   Luego rompió a reír a carcajadas con gran sarcasmo.

   Esta noticia llenó de estupor a los trabajadores porque no entendían bien a qué hombrecillos de gorro colorao se refería el propietario de la finca. Y por más que le preguntaron y pidieron explicaciones, el tipo se limitó a mostrar una sonrisa maliciosa sin aclarar lo más mínimo.

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