lunes, 14 de noviembre de 2016

                         EL DÍA DE LAS CALAVERAS 



Hoy día, muchos niños y también adultos, tienen la idea de que la fiesta de Todos los Santos o de Los difuntos, con esto de las calabazas, es un invento americano. Y no es así, sino que se trata de una tradición europea muy antigua. En nuestro pueblo ya hacían calabazas nuestros tatarabuelos y la costumbre apenas se ha interrumpido, ni siquiera en los peores años de la emigración. 

Es cierto que la cultura americana, con la fuerza enorme de un potente medio de propagación, como es el cine, ha logrado imponer también en nuestros pueblos los disfraces y esas frases que dicen los niños. 



Aquí, la tradición antigua del pueblo consistía en hacer las calaveras. Los abuelos ayudaban a los nietos y no había huerto en el pueblo o calabazar que no guardase alguna pieza para estas fechas. Lo suyo era que algún mayor cortase lo que iba a ser la tapadera de la calabaza, y luego el resto había que ir vaciándolo con una cuchara vieja, bien gastada. El paso de calar los ojos, la nariz y la boca con los horripilantes dientes tenía su intríngulis, y también debían echar una mano los viejos para esta tarea. 

La calabaza bien hecha debía quedar con poca pulpa, prácticamente en la piel, pues de esta manera se transparentaba mejor y el ingenio surtía más espanto. En el interior se ponía un velote de cera virgen, que duraba lo suyo. 



Luego se juntaban los niños, cada uno con su calavera, y se iba por el pueblo asustando a diestro y siniestro. Y después de una tarde-noche tremebunda, muchas veces se colocaban las calaveras en algún lugar y se dejaban allí hasta el día siguiente. El muro que rodea el atrio, la plaza, el juego pelota e incluso en los ventanones de la torre hemos visto calaveras. 

Asociados al día de Todos los Santos había en el pueblo también una peculiar tradición culinaria que consistía en hacer puches, plato de husmos, elaborado con harina, aceite, leche y azúcar. 

El pasado día 29 de octubre se celebró en el pueblo la fiesta de Halloween, antigua celebración de la víspera de los Difuntos, hoy impregnada por las costumbre importadas desde el otro lado del océano. 



Hacia media tarde comenzaron a llegar a las antiguas escuelas niños y muchos mayores con sus disfraces. De aquí salía un diablo; de allá, un esqueleto; del otro lado, un extraño ser terrorífico; de no sabe dónde surgía un drácula o un asesino o un médico loco… 

El local social había sido previamente decorado con los artefactos que evocan el submundo del miedo, del espanto y de la muerte: telarañas, esqueletos, calaveras… Una música siniestra, tenebrosa y cadenciosa inundaba el salón de inquietud, zozobra y suspense. 



Un par de brujas gobernaban un enorme perol en el cual se preparaba la sabrosa pócima del chocolate. Y cuando estuvo listo, todo el personal, disfrazados y no disfrazados, tuvieron ocasión de degustarlo acompañado de magdalenas y bizcocho. 



La fiesta estuvo muy concurrida y muy animada con posterior continuación hasta altas horas.

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