martes, 4 de diciembre de 2018


          “LAS TUMBAS DE LOS MOROS”, DE VILLAR DEL MAESTRE

Las sepulturas son más profundas que en otros lugares.


Es una constante por todos estos pueblos de la Alcarria conquense referirse a este tipo de enterramientos como “tumbas de los moros”, aunque hoy sabemos que probablemente estas fosas excavadas en piedra proceden de un periodo que va del siglo V al siglo IX d C. Y, a pesar de que algunas de estas sepulturas podrían haberse realizado durante la dominación musulmana, lo cierto es que pertenecen a los cristianos. Los arqueólogos hablan de tumbas “paleocristianas” o “tardorromanas”.

Las necrópolis rupestres han pervivido hasta nuestros días, aunque algunos enterramientos están seriamente deteriorados por la intemperie, el inexorable paso del tiempo y porque la roca arenisca, superficie sobre la que están excavados estos sepulcros, se desintegra con relativa facilidad.

Hay hileras de piedras compatibles con muros de protección de la necrópolis.


Otra cuestión más peliaguda es encontrar los asentamientos donde vivieron los pobladores para los que se abrieron esas fosas.

En el bello pueblo de Villar del Maestre, al igual que en otros vecinos, como Cuevas de Velasco, Castillejo del Romeral o La Ventosa, podemos admirar este tipo de tumbas, llamadas “de bañera”, incluso agrupadas, formando una necrópolis.

Aunque existen algunas dispersas, el grupo más numeroso, alrededor de una quincena, se encuentran en el paraje denominado El Regajo. Allí, sobre una meseta pétrea baja, La Peña de los Moros, que emerge en la vega, de forma perpendicular al río, pueden observarse estas impresionantes fosas mortuorias.

Las fosas se encuentran en rocas separadas por pasillos.


Desconcierta, claro está, el que no se haya hallado ni una sola intacta y que no aparezcan ni restos óseos ni otros materiales de valor arqueológico por los alrededores.

Los peñascos sobre los que se encuentran excavadas las tumbas están dispuestos formando entre ellos callejones y pasillos, como si de un pequeño laberinto se tratase.

Las fosas son más profundas que en los otros pueblos y se aprecian en sus paredes interiores restos del encalado que por lo visto practicaban en el rito funerario. También su disposición varía en algunos casos, pues la orientación que suelen tener es: cabeza, al oeste; pies, al este, si bien en Villar del Maestre, al aprovechar las rocas aisladas, puede haberse alterado el sentido Este en algunos casos.

Se aprecian diversos rebajes en la roca, en forma de aras de culto.


Además de las tumbas paleocristianas, se pueden observar una especie de ara cultual y una serie de inscripciones. En realidad hay varios trabajos antiguos en la roca, pudiendo ser compatibles con altares de ritos antiguos. En cuanto a las inscripciones, hay que recordar que los pastores, los enamorados y otras gentes solían dejar sus “mensajes” para la posteridad grabados en las piedras. A falta de un estudio minucioso conviene ser cautos.

Algo que llama la atención es que las tumbas se concentran en el extremo norte del peñasco que emerge en la vega, pero desde allí se extiende un llano elevado hasta el pie del monte. Y justo en el punto de unión con la ladera de la montaña se aprecian restos compatibles con un muro, como si todo este espacio elevado, hubiera estado protegido o fortificado.

Hay curiosas inscripciones en las rocas de la necrópolis.
Vista de Villar del Maestre, con su iglesia. Al fondo, a la izquierda zona donde se encuentra la necrópolis.


Como digo, el problema es que ni en las tumbas ni fuera de ellas, ni a lo largo de este espacio de unos 8000 m², se aprecian en superficie restos que puedan orientarnos sobre aquellas gentes que enterraron a sus muertos en el valle del río Mayor.

Piedra tallada a modo de escalera. Posible lugar para la celebración de ritos religiosos.

Sabemos que la provincia de Cuenca es rica en yacimientos arqueológicos de enorme importancia. Sabemos que estos pequeños municipios no disponen de fondos para excavaciones o para poner en valor su patrimonio arqueológico. Pero creemos que las autoridades en la materia deberían al menos catalogar estos lugares y protegerlos de imprudencias, errores o actos malintencionados que puedan dañar los valiosos testimonios de nuestra historia.

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