lunes, 30 de octubre de 2023


                             DE PÁJAROS Y ERMITAS



Ermita de la Resurrección. Villar del Maestre.


Son las siete de la mañana. A estas horas el sol, que acaba de mostrar su enorme ojo anaranjado por los Horcajuelos, anda aún desperezándose. Con el cielo tan limpio, la esfera ardiente de cerco profusamente azafranado rompe al día y anuncia una jornada bochornosa, una más de este tórrido mes de agosto.

El cielo bulle de oncetes negros cuyos chillidos ásperos, raspantes y agudos caen sobre el pueblo como una lluvia de gritos amenazadores.


Los vetustos muros de piedra de la iglesia y de la casa Cuartel amplían el crac crac de la caña del caminante hacia la calle de La Soledad, donde una familia de golondrinas jóvenes realizan sus vuelos rasantes mientras trisan con una alegría que contagia. Las golondrinas siempre andan de buen humor a juzgar por sus gorjeos festivos, salvo, claro está, cuando emiten un nervioso tchui tchui de alarma.

Golondrinas.

Cuando parece que el parloteo pajaril ya queda atrás, el apresurado plas plas plas de las palomas que se lanzan desde los arreñales hacia la fuente de El Caño sorprende al caminante. Al mismo tiempo, una tórtola gime con su lánguido y reiterado cu cuu cu desde los arbustos que engalanan el costón de la calle de La Fuente merced a los cuidados de Vicente Pérez.

Palomas en vuelo.

La nueva y nutrida generación de gorriones jóvenes desayuna
en los zarzales del barranco de Valdecañamares. Los arbustos bullen de bolitas grises. El gorjeo resulta estridente. El caminante piensa que todo es palabrerío inútil de pájaros, aunque, bien pensado, como decía el maestro Delibes cuando se refería a los juicios de los cuervos ¿no estarán discutiendo todos estos gorriones sobre quién come primero, a quién corresponde el turno de centinela o quién debe ser expulsado de la bandada por glotón?

Dos palmadas y se alza al cielo una nube de avecillas mucho mayor de lo que se suponía. Ascienden desde las zarzamoras de estampida y se reagrupan en una mancha amplia que adopta formas cambiantes y caprichosas . Luego, claro, a uno le pesa el haberlos alborotado. ¿Qué necesidad hay de molestar a estas bestezuelas?

A la izquierda de la carretera de Villar del Maestre se asoman las ruinas de la vieja ermita, la última de las cinco o seis que hubo en Cuevas de Velasco. Aún conserva los muros en pie, como un enfermo terminal que, más que nada, inspira pena. El caminante aún recuerda el alegre sonido de su campana, allá en aquel tiempo lejano de la infancia.

Ermita de la Purísima. Cuevas de Velasco.


Una auténtica plaga de pardillos se alimenta en el cardizal de la Cañaílla, como a un kilómetro del pueblo. Los vigías voladores hacen equilibrio sobre las púrpuras corolas de las cardenchas. Los tallos se cimbrean graciosamente. Y cuando advierten que el caminante se aproxima emiten sus gritos de alarma y toda la colonia echa a volar.

Un convoy de abejarucos surca el cielo. Los delata su machacón pi pri, pi pri. Y lo realmente llamativo es que se trata de un canto coral perfectamente acordado. Quince gorriones, pongo por caso, cantando al unísono forman una algarabía que puede incluso resultar molesta, pero quince abejarucos al mismo tiempo, puestos sobre los cables de la luz o al vuelo, interpretan una sinfonía pajaril de una belleza indiscutible.

Abejarucos en vuelo.

La carretera asciende por las curvas de Fuente Amarga. El silencio queda de nuevo roto por el espeluznante ladrido de un corzo allá en los Arrompíos. Estos animales marcan con hitos sonoros su territorio mediante inquietantes berridos que se asemejan a dramáticos quejidos de gargantas rotas.

Pasado El Hoyuelo, y ya en terreno de Villar del Maestre, se oye el tamborileo lejano de un pájaro carpintero y, cuando ya comenzaba a echarlas de menos, levanta a los pies del caminante la barra de perdices que, ante la imposibilidad de emprender la fuga valle abajo, se elevan en vuelo rasante sobre la loma por la que discurre el Camino de Enmedio y planean ajeando hacia Valdemaes.

Perdices.

La ermita de la Resurrección, de Villar del Maestre, acoge al caminante en un paraje excepcional. Frondosos árboles proporcionan al lugar un fresco y sombreado espacio alrededor de la antigua capilla.

Ermita de la Resurrección, al atardecer.

El templo anda ya por los cinco siglos de vida y, tras una afortunada restauración, ha recobrado el aspecto que debió tener en los siglos de oro de la Iglesia.

Desde lo alto vigila y protege al pueblo de Villar del Maestre, al igual que un tordo posado sobre la alta rama de la morera garantiza la seguridad de la bandada. Y, por lo demás, la panorámica de la vega y la dehesa ofrecen unas vistas sublimes.

SI ROBUR EST IN FIDE LUX AB ALTO
Si la fe es fuerte, la luz viene de lo alto.

Posible firma de cantero.

Advocación de la ermita inscrita en el muro.


Es digna de admiración la magnífica obra de esta ermita y llaman la atención los numerosos símbolos epigráficos que cubren sus muros.

Tranquilo rincón con fuente, con la puerta de acceso por el sendero desde Villar del Maestre.


Tras un momento de reposo al lado de la fuentecilla, el caminante emprende el regreso antes de que los fuegos del verano comiencen a abrasar los campos.




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