lunes, 16 de octubre de 2023


TACAS, CRÍSPULO Y EL TÍO MAYORAL, ARRIBA PERNAL

Piedra de pedernal ante una encina. Paraje de El Llano.

Cuevas de Velasco es tierra de pedernales. Estos pedruscos afloran a la superficie de los campos, como si fueran gigantescas almendras garrapiñadas, como si se tratase de descomunales colmenillas (cagurrias les dicen aquí) de caprichosas formas. Y desde antiguo se conoce bien que justamente esta clase de rocas, formadas por una variedad de cuarzo llamado sílex, presentan una dureza proverbial. Tanto es así que se eligieron hasta la llegada del hormigón como material preferente para echar los cimientos de las paredes y los firmes de los pisos de las casas.


Hay entre los nombres de lugares de Cuevas varios que hacen referencia a estas rocas: El Pernal, situado en las inmediaciones de la carretera de Villar del Maestre; otro Pernal, situado en una esquina en la confluencia de las calles Atocha e Iglesia, y la denominada Hoya del Pernagal, que remarca la abundancia de pernales o pedernales por la zona.

Sobre quiénes eran los tres tipos de nuestra historia, Tacas, Críspulo y el tío Mayoral, hay poco consenso entre los informantes. Se cree que dos de ellos eran familia, posiblemente padre e hijo, y el tercero debió ser un albañil del lugar.

Recreación de Estudio de tres campesinos, de Van Gogh.

El caso es que estos tres sujetos andaban cavando la zanja para echar cimientos a la que iba a convertirse en una de las viviendas más grandes de Cuevas. Nos referimos a la casa que cierra la plaza por el suroeste, llamada Casa del tío Rafael, El Carnicero, por ser la familia de este la última en habitarla.

Antigua casa del tío Rafael.



Pero los hechos seguramente sucedieron un par de siglos atrás. Debió de ser hacia finales del siglo XVIII cuando se levantó esta casona que ocupa toda la manzana delimitada por la Plaza, La Entreplaza, la calle de San Luis, o de Las Ventanas, y la calle de La Soledad.

El relato que ha llegado hasta nuestros días, atesorado ya en la memoria de muy pocos, comienza justamente en el momento en que los tres mencionados, Tacas, Críspulo y el tío Mayoral, discurrían sobre el modo de acarrear la piedra para construir los cimientos, porque lo que sí tenían muy claro era que había que cimentar la casa de modo bien firme. El edificio que iba a levantarse en ese lugar sería imponente y solo la iglesia descollaría sobre su alzada. Era necesario que los muros estuviesen asentados sobre la roca más dura, la que pudiera desafiar el paso del tiempo y sostener toda la edificación. No había otra alternativa que llenar la enorme zanja de pedernales.




Y así, inspeccionaron los alrededores del pueblo hasta que dieron con El Llano, lugar donde se sabía que estos enormes mazacotes de cuarzo quebraban vertederas y arromaban las rejas de los arados. Sin embargo pronto se percataron de que aquellos peñascos no se dejaban manejar fácilmente. Cargarlos en un carro o, peor aún, sobre unas narrias, requeriría la fuerza de muchos hombres. Y en conjeturas sobre cómo solucionar aquel problema se les iba el tiempo sin soluciones prácticas.

Se desataron habladurías por el pueblo sobre la inoperancia de aquella curiosa tripleta de constructores. Y, como vieran los tres que hasta los niños venían a reírse de ellos porque no tomaban ninguna determinación, comenzaron a inquietarse.

Una tarde se citaron en la cueva de uno de ellos para deliberar y allí, entre trago y trago, comenzaron a proyectar cómo bajar los pernales, algunos del tamaño de tinajas de dieciocho arrobas, desde El Llano hasta la plaza de la Villa.

Y es en este punto del relato que nos ha llegado donde parece que sucedió un hecho inexplicable: Tacas, Críspulo y el tío Mayoral, ya entrada la noche, después de su conciliábulo, comenzaron una actividad frenética. Y así, con las primeras luces del alba, las zanjas abiertas para la cimentación de la casa aparecieron llenas de grandes pedernales, lo que causó gran extrañeza entre los vecinos y alarmó a más de uno a medida que iban acercándose a la plaza a contemplar el sorprendente trabajo realizado durante la noche.


Grandes pernales alineados en los cimientos de la casa de la plaza.



¿Cómo era posible que aquellos tres a quienes el personal del pueblo tomaba por gente floja y poco resolutiva hubiera sido capaz en tan solo una noche de bajar desde El Llano la piedra necesaria para los cimientos de la casa? ¿Quién o quiénes les habían ayudado? ¿Cómo lo habían logrado? Porque de lo que no cabía la menor duda era de que aquella era una faena para una cuadrilla larga de hombres fornidos durante un par de semanas.

En los días siguientes a la hazaña se rumoreó por el pueblo de Cuevas que un pastor que había salido del lugar por el Camino de Cuenca, la noche de marras, antes de despuntar el día, había visto sombras como de titanes o gente forzuda transportando a hombros pesadas piedras. Y añadía, sorprendido, que la oscuridad y las espesas nieblas no le habían permitido reconocer a aquellos esforzados personajes, pero que oía a cada instante, repetido machaconamente, como un ensalmo: “¡Tacas, Críspulo y el tío Mayoral, arriba pernal!, ¡ Tacas, Críspulo y el tío Mayoral, arriba pernal!


Preguntaron a los alarifes qué es lo que había sucedido aquella noche, pero los tres parecían haber sellado un pacto de silencio. No abrieron la boca, lo cual desató una serie de recelos y conjeturas, porque cualquier intento de explicar el fenómeno como algo normal, realizable por seres humanos, se venía abajo. Saltaba a la vista que aquellos monumentales pedernales no podían transportarse a hombros ni siquiera en bestias, carros o andarajes de arrastre en tan poco tiempo.

Y como un rumor lleva a otro y este alimenta a un tercero y de un paso a otro van encorpando y cobrando tintes fantásticos e incluso míticos, lo cierto es que el pueblo entero acabó por pensar que aquella desgraciada noche los tres habían establecido un pacto con el Demonio para que les ayudase a trasladar los pernales dispersos por El Llano hasta la zanja de la plaza.

Otra de las explicaciones que corrieron de boca en boca es que uno de los tres, posiblemente Tacas, ya tenía acreditada cierta fama de nigromante y adorador del Diablo y se valió de esta siniestra amistad para proponer un desafío a los otros.

La casona de la plaza sigue en pie y, aunque se dividió en tres propiedades, muestra aún, hoy día, las pruebas patentes de aquel prodigioso hecho: a lo largo de un tramo de la fachada se ven los pedernales que siguen sustentando el edificio.

Vista de la casa de la plaza.

Fuera como fuese, lo que parece incuestionable es que aquella noche de los tiempos de Maricastaña, tuvo lugar en Cuevas de Velasco un suceso insólito y misterioso. Y desde entonces, cuando alguien recuerda o saca a colación el consabido sortilegio “¡Tacas, Críspulo y el tío Mayoral, arriba pernal!” el personal aún siente cierta aprensión.

¿Creen ustedes que en verdad hubo un pacto con el Diablo?

2 comentarios:

  1. Muy bonita historia a modo de cuento. Gracias por recopilar y publicarlo.Jaime Navas

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    1. Pues sí, se trata de eso, de recopilar y salvar tradiciones, palabras, costumbres y todo aquello que forme parte de los saberes del pueblo, como en este caso esta vieja leyenda. En ello estamos. Gracias por seguirme.

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