domingo, 29 de noviembre de 2015



                                                            LA GOLONDRINA


Golondrina en vuelo



Traemos hasta estas páginas del blog de Las Cuevas de Velasco una historia curiosa a la que es posible que le falte la épica de una leyenda pero que posee otros valores que mueven al respeto a la naturaleza y, más concretamente, hacia los animales.

Las golondrinas, como es sabido, son aves migratorias. Acuden a nuestros pueblos durante el mes de marzo o a primeros de abril. Anidan en nuestras casas. Construyen con ímprobos esfuerzos sus curiosos nidos mostrando unas habilidades sorprendentes. Sacan su nidada adelante y a finales de agosto emprenden el viaje de regreso hacia los lugares donde pasan la invernada.

Las golondrinas siempre han gozado de un respeto excepcional por parte de las personas. Ya siendo niños nos aleccionaban sobre el trato preferencial y profundamente respetuoso que merecen estas aves. Nos aseguraban, el maestro en la escuela y el sacerdote en la iglesia, que estos pájaros son animales sagrados pues una antiquísima tradición asegura que las golondrinas fueron las aves que quitaron las espinas a Cristo en la cruz. Y que al hacerlo salpicaba la venerable sangre sobre el pecho de estos paseriformes. Una conocida seguidilla dice así:


En el Monte Calvario
las golondrinas
le quitaron a Cristo
las mil espinas.

Matar una golondrina es pecado”, nos advertían. Y la prohibición surtía un poderoso efecto, hasta el extremo de que entre los propios niños reprendíamos a quien amenazaba o molestaba a una golondrina.

Es indudable que también el hecho de tratarse de un pájaro tan próximo, pues anida en las cornisas de las casas, en los desvanes, en habitaciones con ventanas abiertas, en tinadas y sotechados, ha contribuido siempre a que la golondrina sea considerada como un pájaro doméstico. Y no hay que olvidar que se trata de un ave benefactora pues se alimenta de ingentes cantidades de molestos insectos.

Golondrinas 


A nuestro pueblo cada año llegan unas decenas de parejas de golondrinas por primavera. Al final de la época de crianza el número de individuos se triplica o cuadruplica. Es entonces cuando se colocan en los cables ordenaditas y entonan incansables sus melodías de gorjeos chisporroteantes y juguetones.

Lo realmente prodigioso de las golondrinas es su sentido de la orientación. Son capaces de volver desde miles de kilómetros de distancia exactamente al mismo lugar donde anidaron o nacieron el año anterior.

Se cuenta que en Las Cuevas de Velasco vivía un vecino que sentía gran cariño por las golondrinas. Al llegar la primavera cada año la tinada de su corral se llenaba de floreos y frases musicales festivas. Era la señal que indicaba que las golondrinas habían vuelto. El anfitrión recibía con alegría aquellos huéspedes que anunciaban la proximidad del buen tiempo. Disfrutaba contemplando su vuelo alocado plagado de audaces cabriolas, repentinas elevaciones y temerarias maniobras rasantes.

Por san José oteaba este hombre los cielos constantemente buscando en ellos la primera señal del regreso de las aves, hasta que vislumbraba en lo alto el oscuro perfil de oncete o percibía los chispeantes gorgoritos. Entonces abría la puerta de la tinada y retiraba la alambrera de una piquera para que las golondrinas pudieran acceder al cobertizo del corral. Y no acababan ahí las delicadezas con las que recibía a los pájaros, pues, además, solía clavar alguna escarpia en las vigas de la tenada con el fin de facilitar la sujeción del nido.

Todas estas atenciones eran bien recibidas por la pareja de golondrinas que aunque los primeros días, cuando realizaban la inspección del lugar para comprobar su idoneidad, andaban algo recelosas y emitían el tsuisui de alarma cada vez que veían aparecer al hombre, más adelante acababan familiarizándose con la presencia humana.

Son aves bellísimas de un vuelo ágil y acrobático



En unas semanas las aves iniciaban las tareas de recomposición del nido. También se rehacía el dormidero, próximo al nido. El dueño de la tinada observaba estas tareas cuando sus ocupaciones se lo permitían, y siempre despertaban en él una profunda admiración.

El hombre de las golondrinas fue desarrollando durante años ciertas dotes que lo convirtieron en un ornitólogo aficionado. Inspeccionaba el nido acabada la puesta y especialmente cuando nacían los golondrinos. Tomaba sus anotaciones acerca del tiempo de la incubación y del crecimiento de las crías, realizaba sus bosquejos y en todo esto ponía mucho esmero. Solo profesando un gran cariño hacia estas aves podía entenderse tal dedicación.

Con el tiempo llegó a predecir con acierto el día exacto de la llegada de las primeras golondrinas e igualmente pronosticaba con buen tino el día y la hora de la partida del grueso de la bandada.

Sin embargo, había algo que escapaba a sus capacidades de magnífico observador: el destino de las golondrinas cuando partían del pueblo. Leyó cuanto pudo, preguntó a entendidos e incluso a algún naturalista. Estaba claro que las golondrinas pasaban el invierno en el sur. Pero a él el sur, dicho así, le parecía demasiado vago e impreciso y decidió averiguar por su cuenta adonde hibernaban sus golondrinas.

Antes de que estuvieran tan difundidas las técnicas de anillado, un año el hombre de las golondrinas, ante la inminente partida de las aves, capturó de manera incruenta a la hembra que anidaba en su tinada y le colocó un mensaje en una pata. Un minúsculo saquito de tela sujeto a la extremidad del animal contenía el papel cuyo texto decía así:




Golondrina, golondrina,
¿Dónde pasas el invierno?


A pesar de que el amigo de los pájaros sabía bien que eran los mismos individuos los que regresaban al lugar del año anterior, pensaba que era tal el número de peligros, como las tormentas, los fuertes vientos, los depredadores, los accidentes…, que debían sortear en un viaje de miles de kilómetros que llevar el mensaje y volver al año siguiente sería ya una proeza. Cuánto más mérito tendría el volver con algún recado.

Pasó el invierno y todavía con la tierra medio adormecida, sólo los almendros en flor se empeñaban en señalar la llegada de la primavera.

Nido de golondrina en el cobertizo


Una tarde se vio en el cielo una sombrita negra y a la mañana siguiente comenzaron los floreos frente al cobertizo. El hombre abrió las puertas y retiró la red metálica de la piquera. Aún debió tener paciencia unos días hasta que las aves reconocieron el lugar, pero él había visto que la hembra del año anterior traía en su pata el saquito que le había colocado.

Después de capturar a la golondrina abrió la taleguilla en miniatura y halló el mismo papel que él había enviado, lo cual le causó cierta decepción. Lo desenrolló y observó con sorpresa que al texto que él había escrito alguien había añadido otro que rezaba así:


Aquí en las islas Canarias,
en la fragua de un herrero.

Golondrinas preparadas para partir. Cuevas de Velasco.




Para el hombre fue una gran alegría descubrir dónde pasaba su golondrina el resto del año. Luego se informó de que estas aves solo crían en verano, así que la pareja que anidaba en su tinada pasaba el invierno en las islas afortunadas.

Se cuenta esta historia desde hace mucho tiempo en Las Cuevas de Velasco. Nos parece llena de ternura y no exenta de ingenio.   

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