domingo, 21 de febrero de 2016




           El chopo de El Vallejuelo

   El chopo de El Vallejuelo es, a diferencia de la sabina de La Huerta y de la carrasquilla, un árbol algo desaliñado, imponente, desde luego, pero de porte más bien desgarbado.



   Se inclina hacia la olmera de El Vallejuelo no con elegantes zalemas de maestresala palaciego sino con una inexorable reverencia de anciano al que tuerce el peso de la edad.

   El chopo, populus nigra, no es un árbol tan logevo como la encina, la sabina o el roble, pero esta variedad autóctona, sometida a la escamonda para aprovechar su madera, puede alcanzar los dos o tres siglos de vida. El ejemplar de Las Cuevas de Velasco es muy probable que haya visto pasar al menos dos siglos, ya que los más ancianos lo recuerdan con la envergadura que tiene en la actualidad, si no más, pues ya se aprecian sus grandes guías desmochadas y otros signos de vejez.

   ¿Quién no ha jugado en el chopo de El Vallejuelo? Desde muy niños, cuando realizábamos las primeras expediciones fuera del lugar, descubríamos este coloso al lado de la carretera con su tronco invitándonos a trepar. Y allí nos encaramábamos embebidos en los juegos de la infancia. Entonces el viejo goliat nos acogía y nos regalaba el murmullo de la brisa en sus hojas y un inconfundible aroma de los que evocan para siempre los lugares y los objetos de la primera edad.



   En Las Cuevas había muchos chopos, pero ninguno del tamaño del de El Vallejuelo. De la mayoría se aprovechaban las ramas rectas como vigas para la construcción de solados, de techumbres de las cámaras, de los cocederos y de los pajares. De este chopo no sabemos si en su adolescencia o juventud se cortaron también las ramas, pero lo que sí es cierto es que muchos años se recogían ramas bajeras para vestir la verbena para la fiesta del Cristo.

   Hay un paraje en el término del pueblo, llamado Los chopos por una hilera de estos árboles que allí crecía, al lado del río, hacia el cerro de Cabezalengua.




   El chopo de El Vallejuelo hoy muestra los achaques de la edad y los estragos de la pertinaz sequía. Hasta no hace muchos años una fuentecilla fluía a escasos metros del tronco y el regato llevaba algo de agua prácticamente todo el año. Además del peso de los años, este viejo amigo acusa la falta de humedad, tan necesaria entre los de su especie. Pero sigue erguido a pesar del aquilón invernal y de la terribles lanzadas de los rayos que ha dejado sobre su cuerpo surcos profundos como las clamorosas heridas de guerra de un viejo soldado.

   Vale la pena acercarse hasta este espectacular árbol en esos paseos estivales que no conducen a ninguna parte y admirar la imponente figura de este viejo paisano. Cuidémoslo.

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