sábado, 28 de mayo de 2016



  RECUERDOS DE LA ESCUELA

Grupo de alumnos con su maestro. Años 50


- ¿Traed ñeña?

- No.

- Detrad. No te calenta.

Con esa frase nos recibía un compañero cada mañana a la puerta de la escuela. Con su media lengua y sus oficios de alguacilillo escolar iba acomodándonos, según trajésemos el preceptivo tronco para la estufa o no.

- ¿Traed ñeña?- preguntaba a cada uno.

Si decías que no, te señalaba los últimos lugares de la clase, allá en las antípodas de la estufa, donde los gélidos días del invierno el refrior penetraba por los ventanales y provocaba sabañones y tiriteras.

- ¿Traed ñeña? - insistía.

Y si llevabas el leño estabas salvado. El tipo aquel te conducía entonces donde los elegidos, al lado mismo de la estufa, al amor del calor del fuego. Un auténtico privilegio.



Él mismo, mozalbete de corto entendimiento para letras y números pero de mucho ingenio para la vida, se había arrogado el cargo de ministril de la leña. El maestro, por supuesto, ignoraba aquellas atribuciones, pero observaba de reojo la destreza y la rapidez con la que se ejecutaba el acceso al aula y, sobre todo, lo persuasivo que resultaba aquel chico. De ese modo la leñera permanecía siempre llena.

Tal era la astucia del zagalón lengua de trapo que cuando un día acudíamos todos o casi todos con el tarugo de leña nos ordenaba según la calidad del tronco acarreado: si era de carrasca, a la gloria; si de pino, al purgatorio, que es como decir a la zona templada; y si el leño era viejo o verde no había modo de librarse del infierno de Siberia.


Una vez acomodados, el maestro ponía trabajo a los mayores, después a los medianos y neolectores y finalmente comenzaba a llamar a los pequeños para la enseñanza de la lectura y para revisar los catones.

En ocasiones, el galimatías era morrocotudo. Especialmente cuando el maestro, anciano ya y duro de oído, perdía el hilo de los acontecimientos y se abismaba en su mundo interior.

La nueva escuela de Cuevas de Velasco era el orgullo del pueblo a finales de los años 50 del siglo XX. El pueblo había apostado fuerte por la fe allá en el siglo XVI levantando un templo imponente que aún sigue causando admiración a quienes lo contemplan. Y cuatro siglos después levantó unas escuelas que tampoco tuvieron parangón en toda la comarca. Un magnífico templo para cultivar el espíritu y un grupo escolar extraordinario para cultivar la mente.



El antiguo edificio de las escuelas, aprovechado hoy como centro social y consultorio médico.


Domar a aquellos chicos medio salvajes, que trepábamos a los árboles, sorbíamos huevos crudos, apedreábamos perros y amedrentábamos a las viejas, no era tarea fácil. El maestro en ocasiones, en sintonía con los usos de la época, tenía que aplicar medidas contundentes. Para ello guardaba enroscada en un cajón de la mesa una correa de cuero con la que aplicaba la disciplina. 



En cierta ocasión nos sorprendió agradablemente al aceptar como mascota de la escuela a un zorrillo que había traído Félix, el pastor-poeta. El animalejo se le orinó encima, ea, y eso supuso la risotada mayor que yo recuerdo.

Por otro lado, el maestro era afable cuando estaba de buenas y cuando contaba prodigiosas historias. Aquellas dos caras de nuestro profesor no eran el pasado y el futuro, como sucedía con el dios Jano, sino el terror y la afabilidad.

Las ropillas raídas menudeaban en nuestra escuela, el pelo al cero... . Algunos niños se ausentaban largas temporadas, cuando había algo en lo que ganar unas perras. Otros interrumpían prematuramente su escolarización por mor de las circunstancias de escasez en el hogar.



Recuerdo el olor de la tinta, los insufribles borrones y la llegada de los primeros bolígrafos bic. Recuerdo también el omnipresente ojo de Dios que aparecía por cualquier lado, tanto en la Enciclopedia Álvarez como en otros libros. Y la irremediable relación fatal que yo establecía entre este dibujo y las charlas admonitorias del cura sobre que Dios lo veía todo.

Aún vienen a mi memoria, muy vivas, las imágenes del caótico repartimento de la leche americana en el recreo; las ilusionantes expediciones con el maestro a plantar pinos al Egido; el marcial cántico del Cara al Sol, ya con menos ínfulas en aquellos tiempos; y, sobre todo, la tristeza del día que partí del pueblo dejando mi escuela para siempre. 


Muchachos que iban a la escuela de Cuevas hacia la mitad del siglo pasado.

Toda aquella generación de chavales pudimos asomarnos al mundo de la sabiduría gracias a la escuela del pueblo y a su maestro.



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