martes, 26 de enero de 2016




                         CARNAVAL, CARNAVAL


Como homenaje a mi madre, Saturnina Tomico Martínez, recientemente fallecida, transcribo a continuación uno de los relatos que grabé, en los que habla de su pueblo y de su vida, una especie de memorias que yo he transcrito de forma literal. Habla sobre cómo era el Carnaval de Cuevas de Velasco hacia 1930.





Dices tú, Santiago, que los cañamones están ricos. ¿No han de estar? Fíjate si era bien aprovechada la planta, el cáñamo, que las semillas las comíamos para Carnaval y del resto de la planta se sacaba el cáñamo (la piel del tronco) y la jerga. Los cañamones se sacaban en las eras y luego se llevaban a tostar. La planta se agramaba y con los pellejos de las pieles se hilaba. Las aristas sobrantes las gastaba el personal para encender la lumbre, ardían muy bien. Y algunas plantas se reservaban para colgar las uvas en las cámaras.


¿Que cuándo se repartían los cañamones? Pues mira, toda la vida de Dios se han repartido a las tres de la tarde del martes de Carnaval, eso sí, el martes, no como ahora que hay que hacerlo todo en el fin de semana. Claro es que entonces a la una la gente ya estaba comida y a las tres comenzaba a moverse todo el mundo. Se colocaban en corro alrededor de la plaza. ¡Uy! ¡Tú qué sabes! Allí venía un gentío de todos los pueblos de la contorná. Toma, ¿no ves que sólo era fiesta en Las Cuevas? Los festejos comenzaban el domingo de Carnaval con el gallo. Ea, colgábamos el animal y, ¡hale!, allí a taparse todo el que quisiera. Si no eran capaces de matar el gallo el domingo, el lunes lo volvían a poner, pero ese día en el suelo. Lo que se sacaba ya sabes que era para la Hermandad de las Ánimas. También el domingo y el martes, antes de empezar el baile en serio, tocaban algunos, yo recuerdo ver tocar al tío Felipe con un par de guitarras, laúdes o acordeones, para que bailara la gente. Aquello era muy curioso: todo el que quería ofrecía una cantidad porque bailara fulano o fulana con mengano e iban a sacarlos. Y si no querían bailar, pues pagaban tanto por no bailar. Ofrecían una perrilla, diez céntimos o una peseta, y algunas mozas podían valer hasta uno o dos duros. Como puedes figurarte, se pagaba porque bailaran, pongo por caso, dos personas totalmente dispares: una vieja y un mozo, dos que no se habían hablado nunca..., en fin. La gente ¿tú sabes cómo lo pasaba?


El primer reo se repartía, como te digo, sobre las tres de la tarde. Se pasaban las bandejas llenas de cañamones tostados, pasas, anisillos y almendras. Enseguida se echaba otro reo. Detrás de las bandejas, con jarros de barro que les llamaban cuartillas, se repartía el vino. Todo el mundo bebía en el mismo vaso. Después empezaba la almoneda. Entonces había mucho que almonedear. A veces podía durar dos horas o más, aunque aquello iba rápido. Verás, la mesa que organizaba todo la formaban personas expertas y desde allí se controlaba la almoneda. ¿Que qué se almonedeaba? ¡Uy, chorra! Pues de todo: tartas, brazos de gitano, flanes, escobas amargas, patatas, judías, garbanzos, herramientas para el campo, pimientos, pepinos tomates y patacas en aguasal, y sobre todo, piñas. Pero había de todo, ya te digo. Cuando ya no pujaban más por una cosa, el que almonedeaba la llevaba a la mesa y daba el nombre de quien se la había quedado y la cantida. Luego venía la persona, pagaba el valor y se lo daban. En cuanto se terminaba la almoneda se echaba el tercer reo de cañamones y vino. El personal se hinchaba a beber. Entonces la gente bebía mucho vino. No bajaría algunos años de catorce o quince arrobas lo que se servía. Y no creas que con eso se terminaba la ceremonia. Después del tercer reo íbamos todos a la iglesia al reparto de armas. Estaban presentes los animeros salientes y los entrantes. A los nuevos, los que iban a gastar al año próximo, se les entregaban las armas, que ya sabes que son: el bastón, la bandera, el tambor, la alabarda, el chuzo grande y el chuzo pequeño. Besaban la estola del cura y recibían la bendición. Era una ceremonia emocionante. En cuanto acababa el reparto de armas empezaba el baile y luego, ya tarde, se echaba el reo de los pastores, reservado para pastores, zagales y toda persona que no había podido asistir a los reos de la tarde.


¿Disfraces? Claro que había disfraces. Se disfrazaba mucha gente. Me acuerdo que un año se descolgaron tres diablos por una piquera. Tocaban unas chiflas e iban asustando al personal. Uno era el tío Nemesio. Luego ya vino la guerra y prohibieron el disfrazarse. Pero las ánimas siguieron. Les daba un escrito el juez para que pudieran salir. Ahora, eso sí, allí los disfrazados siempre han ido con la cara tapada. Las ánimas, eso ya lo has conocido tú, iban vestidas de negro y llevaban un vastugo de oliva para que los chicotes no se les acercaran. Lo mismo eran hombres que mujeres...


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