lunes, 27 de junio de 2016







                         LA LEYENDA DE  LA CRUZ DEL CURA




El monumento llamado Cruz del Cura, que puede observarse a la entrada del pueblo por el camino de La Carrasquilla, es un rollo de justicia. Estos rollos, llamados también picotas, se ubicaban en las villas que gozaban del privilegio de administrar justicia. Por lo general se emplazaban en lugares bien visibles, plazas o entradas a los núcleos de población. Algunos de los rollos son auténticos monumentos tallados en roca con filigranas complicadísimas. El de Las Cuevas de Velasco es sencillo y sobrio. Consta de un basamento formado por piedras regulares sobre el que se levanta un pilar cuadrado y sobre este se eleva un fuste cilíndrico que fue de una sola pieza. Se encuentra situado sobre una roca, en la que fue una de las entradas principales al pueblo, en el lugar donde el camino de la Carrasquilla llega a las primeras casas.



No sabemos con exactitud desde cuándo está esa columnilla ahí, pero es muy posible que desde que nuestro pueblo dejó de ser aldea de Huete y fue proclamado villa independiente, cosa que debió suceder hacia finales del siglo XV o principios del XVI. Las picotas solo podía exhibirlas la entidad local que poseía independencia judicial para asuntos menores, claro está, y esta independencia se adquiría cuando se dejaba de ser una aldea satélite de una ciudad principal.

Se dice que si había algún ajusticiado su cabeza cortada o su cuerpo se exponían en el rollo. Si el condenado era azotado solamente también solía exponerse para vergüenza pública en el rollo o picota. 

En el caso de Las Cuevas de Velasco se trataría de exponer al escarnio público a pilluelos, ladrones, y gentes con condenas menores, aunque la tradición popular habla de condenados a muerte, cosa que es poco probable que sucediera.



El lugar siempre fue muy frecuentado por los niños que acudían allí a jugar. No faltaban alicientes, como la caza de lagartijas o el ranear en los pozas que recogían el agua de las lluvias. 



Precisamente esas piletas irregulares que hay en el peñasco de La Cruz del Cura nos recuerdan a cazoletas rituales de altares prerromanos.

Hace unas décadas, unos gamberros de un pueblo vecino, cuando se retiraban después de una noche de farra, seguramente más animados de lo debido, derribaron la columnilla del monumento, que se partió en dos. Años después fue reparada y repuesta añadiéndosele al conjunto una cruz de hierro que antes no tenía. Es probable que hubiera perdido la cruz pues se sabe que estos rollos estaban rematados por una cruz o por una bola.

El nombre de Cruz del Cura tiene su origen en una oscura y truculenta historia que sucedió hace mucho tiempo.

Al parecer vivía en el pueblo un sacerdote que ejercía en la parroquia su ministerio. Atendía el culto en la iglesia y administraba los sacramentos a los parroquianos. Y no ha llegado hasta nosotros noticia alguna de que aquel hombre de Dios se desviase ni un ápice de su cometido.



Sin embargo, vivía con el reverendo un hermano suyo de quien la memoria del lugar ha conservado una imagen de persona malvada. Por lo oído, éste era un individuo de mala catadura, una persona metomentodo. Parece que era el modus operandi de este tipo nefasto el andar siempre al borde de la provocación, el crispar los ánimos, aguar las fiestas y regodearse con lo obsceno y lo soez.

Se cuenta que habían organizado los mozos del lugar una merienda, la cual seguramente iba a tener lugar porque se habían cobrado algunas piezas de caza o porque se buscaba pretexto para apañar un baile o una ronda o lo que fuese, que es lo de menos. Y como quiera que el hermano del cura se enterase de los preparativos de dicha fiesta, buscó el modo, como era costumbre suya, de llevar la discordia adonde solo había sana alegría y ganas de fiesta. Y cuentan que el susodicho fue al lugar en el que hacían los preparativos para freír las carnes que tenían dispuestas, tomó la sartén donde iban a cocinarlas y, apartándose a un lugar discreto, hizo sus necesidades en ella, huyendo después de allí.

Cuando los mozos se percataron de lo sucedido, ataron cabos sobre quién podría haber sido el autor de un acto tan grosero y vil. Y, como ya había antecedentes que apuntaban al hermano del cura, fueron a buscarlo muy airados. Al ver que venían por él, el gamberro, como cobarde que era, se delató huyendo a la carrera. Lo siguieron y le dieron caza justo al pie de la picota del pueblo y allí mismo, según se dice, acabaron con su vida.



Es de suponer que el hermano del cura era una persona alborotadora, insidiosa, miserable y perversa. Y es posible que debió haber más, pues, aunque el acto cometido fuera execrable y reprobable a todas luces, la pena aplicada fue desproporcionada. Por otra parte, tampoco es extraño que un agravio así se resolviese a modo de duelo entre el ofensor y el ofendido.

Nada dice la tradición de si después hubo juicio y cómo salieron parados de él los mozos que habían asesinado al hermano del cura. Lo que sí está claro es que un individuo con esas credenciales no debió tener muchos valedores, mientras que a los ejecutores debió ampararles el pueblo entero.

Aunque curiosamente el protagonista del suceso no fue el cura, la picota comenzó a ser llamada Cruz del Cura en recuerdo de aquel penoso suceso.




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